Al mismo tiempo que todo el pueblo asistía a recibir el bautismo, fue Jesús entre la multitud de igual manera a ser bautizado por Juan. Así era como debía de suceder.
Años hacía que no se habían visto ellos dos, aunque Juan sabía que su misión también era la de bautizar el Mesías.
Juan el Bautista esperaba ese día, con paciente entrega, y en el cual debería rendir tributo de humildad y entrega al “instrumento” de su Señor. Sabía que, espiritualmente, lo reconocería.
Así pues, cuando de entre toda la multitud uno de ellos se adelantó para entrar en las aguas del Jordán, Juan se conmovió interiormente cayendo de rodillas ante aquel hombre, y diciéndole:
- Tú, siendo quien eres, vienes a mí para ser bautizado, y soy yo el que precisa ser bautizado por ti.
Jesús, lo miró con profundidad y con una sonrisa llena de ternura, le dijo:
- Juan, Juan, grato obrero del Señor, conviene que hagamos las cosas como es conveniente hacerlas. Bautízame con el agua, porque tú ya estás bautizado por el Espíritu. Llévame a la zona donde deberás rendir homenaje al Cristo, y donde yo debo servir plenamente a Su Voluntad Altísima.
Juan “el que bautiza”, ciñó a Jesús por la cintura y lo llevó a la zona del Jordán donde el agua cubría hasta la cintura de ambos.
Mientras el gentío sabiendo de la costumbre de Juan, no entendían por qué se alejaban tanto.
Llegados a este punto del río Jesús mirando al Cielo y en plena entrega espiritual oraba devotamente al Señor Dios.
Juan, tomo los hombros de Jesús y lo sumergió al tiempo que elevaba la vista al Cielo en concentrada oración. Tanto fue el tiempo que tuvo a Jesús sumergido que el pueblo comenzó a preocuparse de que Jesús pudiera salir con vida después de tanto tiempo bajo el agua.
Juan, lleno del Santo Espíritu, siguió en su proceder y vio en lo alto del cielo una inmensa luz de la que salió una especie de paloma corpórea que bajo hasta el mismo Jesús al tiempo que oyó una voz que decía:
- Este es mi Hijo amado, en Él tengo puestas todas Mis Virtudes.
Sólo entonces conmovido por lo que había visto y oído tan solo él, sacó a Jesús de debajo del agua del Jordán.
Ambos se dirigieron miradas para confirmar que todo estaba bien, no mediaron palabra alguna. Ambos sabían lo que había ocurrido.
El pueblo, maravillado de que Jesús saliera por su propio pie, comenzó a agruparse para seguir siendo bautizados, aunque algunos se marcharon atemorizados de poder morir bajo las aguas.
Jesús, pasó entre ellos y acompañado por dos hombres más se alejó del lugar.
Juan prosiguió con su labor, bautizando y llamando al arrepentimiento de los pecados, mediante las buenas obras ante la inminente manifestación de Cristo, el Mesías Salvador.
Algunos de ellos le preguntaron:
- ¿Cuándo y cómo sabremos que ha llegado el Salvador?
Y él respondió:
- Os confirmo que en verdad, hoy ha pasado entre medias de vosotros, y no lo habéis reconocido. Así pues arrepentiros de vuestros pecados, no lo halléis y os encontréis con mancha.