Era el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, gobernando Poncio Pilato la Judea, y siendo Herodes tetrarca de la Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite y Lisanias tetrarca de Abilina.
Eran sumos sacerdotes Anás y Caifás, y entonces el Señor hizo entender su palabra y sus proyectos a Juan, hijo de Zacarías, mientras estaba morando en el desierto.
Fue entonces, cuando Juan comprendió plenamente los designios del Señor y vino por toda la ribera del río Jordán, predicando el Bautismo de Penitencia para la remisión de los pecados.
Esto se halla recogido en el Libro de las Palabras, en los vaticinios del profeta Isaías:
“SE OIRÁ LA VOZ DE UNO QUE GRITA EN EL DESIERTO: PREPARAD EL CAMINO QUE EL SEÑOR YA LLEGA, ENDEREZAD SUS SENDAS.
TODO VALLE SERÁ RELLENADO, TODO MONTE Y CERRO SERÁN ALLANADOS, Y ASÍ LOS CAMINOS TORCIDOS SERÁN ENDEREZADOS, Y LOS ESCABROSOS SERÁN SUAVIZADOS.
ENTONCES TODOS LOS HOMBRES VERÁN AL SALVADOR, EL ENVIADO DE DIOS”.
Y Juan, viendo que era grande la multitud de los que venían a bautizarse solo para escapar de la Ira Santa de Dios, les decía:
- ¡Oh extraña raza de víboras! ¿Quién ha sido el que os ha enseñado que tan solo con bautizaros podréis huir de la Santa Ira de Dios que os amenaza?
Sabed que debéis comportaros haciendo dignos frutos de penitencia, y no ir diciendo por ahí: “Tenemos a Abraham por padre”.
Porque yo os digo que de estas piedras que veis a lo largo del río Jordán, Dios puede hacer nacer Hijos de Abraham, más auténticos que vosotros.
Sabed que el “Hacha” está ya puesta y preparada para talar la raíz de los “árboles”.
Así que todo “árbol” que no da buen fruto será “cortado”, y “arrojado al Fuego”.
Y algunos conmovidos le preguntaban:
- ¿Qué es lo que debemos, pues, hacer?
Él les contestaba diciendo:
- Aquel que tenga dos vestidos, dé uno al que no tiene ninguno; y de igual modo haga el que tiene qué comer.
Igualmente venían publicanos a ser bautizados, y le preguntaron:
- Maestro, ¿y nosotros qué debemos hacer para salvarnos?
- No exijáis más de lo que os está ordenado.
Y le preguntaron también los soldados:
- ¿Y nosotros qué haremos?
Y les contestó:
- No extorsionéis a nadie, ni los calumniéis, y contentaros con vuestras pagas.
Ante tal Sabiduría el pueblo opinaba que quizá Juan era Cristo, el Mesías, y prevaleciendo esta opinión en los corazones de todos, Juan que la conocía, la rebatió firmemente y con Justicia Divina les dijo públicamente:
- Como veis, yo en verdad os bautizo con agua, pero os aseguro que está a punto de venir “otro” muchísimo más poderoso que yo, y al cual no soy digno ni tan siquiera de desatar la correa de sus sandalias; Él os bautizará si lo merecéis con el Santo Espíritu, y con el “Fuego” que arderá inextinguible dentro de vosotros.
Él, tomará en su mano la “Horca” y limpiará “Su Era”, metiendo después el “trigo” en “Su Granero” y quemará la “paja” en un “fuego inextinguible de sufrimiento”...
Muchísimas otras cosas Sabias, además de éstas, Juan “el que bautiza”, anunciaba al pueblo en las exhortaciones que le hacía.
Pasó el tiempo, y llegó a oídos del tetrarca Herodes que Juan reprendía su actitud respecto y por razón de Herodías, mujer de su hermano Filipo, y con motivo también de todos los males que había hecho, recordando la matanza de tantos niños en los años pasados.
Por esto, Herodes, añadió a todos estos sus pecados cometidos el de proponerse poner a Juan en la cárcel.
Al mismo tiempo que todo el pueblo asistía a recibir el bautismo, fue Jesús entre la multitud de igual manera a ser bautizado por Juan. Así era como debía de suceder.
Años hacía que no se habían visto ellos dos, aunque Juan sabía que su misión también era la de bautizar el Mesías.
Juan el Bautista esperaba ese día, con paciente entrega, y en el cual debería rendir tributo de humildad y entrega al “instrumento” de su Señor. Sabía que, espiritualmente, lo reconocería.
Así pues, cuando de entre toda la multitud uno de ellos se adelantó para entrar en las aguas del Jordán, Juan se conmovió interiormente cayendo de rodillas ante aquel hombre, y diciéndole:
- Tú, siendo quien eres, vienes a mí para ser bautizado, y soy yo el que precisa ser bautizado por ti.
Jesús, lo miró con profundidad y con una sonrisa llena de ternura, le dijo:
- Juan, Juan, grato obrero del Señor, conviene que hagamos las cosas como es conveniente hacerlas. Bautízame con el agua, porque tú ya estás bautizado por el Espíritu. Llévame a la zona donde deberás rendir homenaje al Cristo, y donde yo debo servir plenamente a Su Voluntad Altísima.
Juan “el que bautiza”, ciñó a Jesús por la cintura y lo llevó a la zona del Jordán donde el agua cubría hasta la cintura de ambos.
Mientras el gentío sabiendo de la costumbre de Juan, no entendían por qué se alejaban tanto.
Llegados a este punto del río Jesús mirando al Cielo y en plena entrega espiritual oraba devotamente al Señor Dios.
Juan, tomo los hombros de Jesús y lo sumergió al tiempo que elevaba la vista al Cielo en concentrada oración. Tanto fue el tiempo que tuvo a Jesús sumergido que el pueblo comenzó a preocuparse de que Jesús pudiera salir con vida después de tanto tiempo bajo el agua.
Juan, lleno del Santo Espíritu, siguió en su proceder y vio en lo alto del cielo una inmensa luz de la que salió una especie de paloma corpórea que bajo hasta el mismo Jesús al tiempo que oyó una voz que decía:
- Este es mi Hijo amado, en Él tengo puestas todas Mis Virtudes.
Sólo entonces conmovido por lo que había visto y oído tan solo él, sacó a Jesús de debajo del agua del Jordán.
Ambos se dirigieron miradas para confirmar que todo estaba bien, no mediaron palabra alguna. Ambos sabían lo que había ocurrido.
El pueblo, maravillado de que Jesús saliera por su propio pie, comenzó a agruparse para seguir siendo bautizados, aunque algunos se marcharon atemorizados de poder morir bajo las aguas.
Jesús, pasó entre ellos y acompañado por dos hombres más se alejó del lugar.
Juan prosiguió con su labor, bautizando y llamando al arrepentimiento de los pecados, mediante las buenas obras ante la inminente manifestación de Cristo, el Mesías Salvador.
Algunos de ellos le preguntaron:
- ¿Cuándo y cómo sabremos que ha llegado el Salvador?
Y él respondió:
- Os confirmo que en verdad, hoy ha pasado entre medias de vosotros, y no lo habéis reconocido. Así pues arrepentiros de vuestros pecados, no lo halléis y os encontréis con mancha.
De Henós nació Cainan.
De Cainan, Malaleel.
De Malaleel, Jared.
De Jared, Henoc.
De Henoc, Matusalén.
De Matusalén, Lamec.
De Lamec, Noé.
De Noé, Sem.
De Sem, Arfaxad.
De Arfaxad, Cainán.
De Cainán, Salé.
De Salé, Herber.
De Herber, Faleg.
De Faleg, Ragau.
De Ragau, Sarug.
De Sarug, Nacor.
De Nacor, Yare.
De Tare, Abraham.
De Abraham, Isaac.
De Isaac, Jacob.
De Jacob, Judas.
De Judas, Farés.
De Farés, Esrom.
De Esrom, Aram.
De Aram, Aminadab.
De Aminadab, Naasón.
De Naasón, Salmón.
De Salmón, Booz.
De Booz, Obed.
De Obed, Jesé.
De Jesé, David.
De David, Natán.
De Natán, Matata.
De Matata, Menna.
De Menna, Melea.
De Melea, Eliaquim.
De Eliaquim, Jonás.
De Jonás, José.
De José, Judas.
De Judas, Simón.
De Simón, Leví.
De Leví, Matat.
De Matat, Jorim.
De Jorim, Eliezer.
De Eliezer, Jesús.
De Jesús, Her.
De Her, Elmadán.
De Elmadán, Cosán.
De Cosán, Addí.
De Addí, Melquí.
De Melquí, Nerí.
De Nerí, Salatiel.
De Salatiel, Zorobabel.
De Zorobabel, Resa.
De Resa, Joanna.
De Joanna, Judas.
De Judas, José.
De José, Semei.
De Semei, Matatías.
De Matatías, Mahat.
De Mahat, Nagge.
De Nagge, Hesli.
De Hesli, Nahum.
De Nahum, Amós.
De Amós, Matatías.
De Matatías, José.
De José, Janne.
De Janne, Melqui.
De Melqui, Leví.
De Leví, Matat.
De Matat, Helí.
De Helí, José.
José, hizo de padre de Jesús, pero Jesús fue concebido por Voluntad Celeste en el seno de una virgen consagrada al Templo de nombre María.
Cuando Jesús fue bautizado por Juan “el que bautiza”, Cristo descendió plenamente en él con forma aparentemente de paloma luminosa.
Desde ese momento, Jesús era, plenamente, el Cristo, Hijo de Dios, y se dio a conocer a los hombres para traer la Renovación de la Ley de los antiguos profetas, perfeccionándola para que los hombres pudieran abrazar la Redención mediante su cumplimiento y respeto.
De esta manera, Jesús fue ungido por el Hijo de Dios, Cristo, y se le llamó Jesús el Cristo, Jesucristo.
Jesús, que ya era Cristo, cuando comenzó su más intensa actividad contaba con unos 30 años, lleno del Santo Espíritu, partió del Jordán y fue conducido por el mismo Santo Espíritu al desierto, donde estuvo durante 40 días, y allí era tentado por el diablo. Durante todos esos días no comió nada, y al cabo de esto tuvo hambre.
Entonces el diablo le dijo:
- Si tú eres el Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le respondió:
- Escrito está: NO VIVE DE SOLO PAN EL HOMBRE, SINO DE TODO LO QUE DIOS DICE.
Entonces el diablo con sutiles artimañas le condujo a un elevado monte, y le puso a la vista en un instante todos los reinos de la redondez de la Tierra. Y le dijo:
- Yo te daré todo este poder y la gloria de estos reinos; porque se me han dado a mí, y los doy a quien quiero.
Si tú quieres, pues, adórame, y serán todos tuyos.
Jesús como respuesta le dijo:
- Escrito está también: ADORARÁS AL SEÑOR DIOS TUYO, Y A ÉL SOLO SERVIRÁS.
Y llegó hasta llevarlo a Jerusalén, y lo puso sobre el pináculo del templo, y le dijo:
- Si tú eres el Hijo de Dios, tírate desde aquí hasta abajo, porque está escrito que mandó a sus Ángeles que te guarden y que te lleven en las palmas de sus manos, para que no tropiece tu pie contra piedra alguna.
Jesús le replicó:
- Dicho está también: NO TENTARÁS AL SEÑOR DIOS TUYO.
Demostrándole así que conocía plenamente las leyes y las normas que dominan el mundo del diablo, y que éste debe respetar.
De esta manera y acabadas todas estas tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta otro tiempo.
Jesús por mandato del Santo Espíritu, retornó a Galilea, y por sus obras y sus palabras se extendió su fama por toda la comarca.
Él enseñaba en sus sinagogas, y era estimado y honrado por todos.
Habiendo ido a Nazaret, donde se había criado, entro, según su costumbre, el día de sábado en la sinagoga, y se levantó para encargarse de leer la santa escritura.
Le fue dado el libro del profeta Isaías, y abriéndolo, lo hizo por el lugar donde estaba escrito:
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR REPOSÓ SOBRE MÍ, POR LO CUAL ME HA CONSAGRADO CON SU DIVINA UNCIÓN, Y ME HA ENVIADO A EVANGELIZAR O DAR BUENAS NOTICIAS A LOS POBRES, A CURAR A LOS QUE TIENEN EL CORAZÓN AFLIGIDO, A ANUNCIAR LA LIBERTAD A LOS CAUTIVOS, Y A LOS CIEGOS VISTA, A SOLTAR A LOS QUE ESTÁN OPRIMIDOS, A PROMULGAR EL AÑO DE LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR Y EL DÍA DE LA RETRIBUCIÓN.
Y enrollado el libro, cerrándolo, se lo entregó al ministro y se sentó.
Y por lo que leyó, todos en la sinagoga impresionados por la lectura de la santa escritura fijaron sus miradas en él.
Entonces tomando la palabra comenzó su discurso diciendo:
- La escritura que acabáis de oír hoy se ha cumplido.
Todos lo elogiaban y estaban pasmados de las palabras tan llenas de gracia que salían de sus labios, y decían:
- ¿No es este el hijo de José?
Y él les respondió:
- Seguro es que me aplicaréis aquel refrán que dice: Médico, cúrate a ti mismo; todas las grandes cosas que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm hazlas también aquí, en tu patria.
Más después añadió:
- En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.
Con verdad también os digo que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando el cielo estuvo sin llover tres años y seis meses, siendo grande el hambre por toda la Tierra, y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino que lo fue a una mujer viuda en Sarepta, ciudad gentil del territorio de Sidón.
Igualmente había muchos leprosos en Israel en tiempos de Elías, y ninguno de ellos fue curado por este profeta, sino que tan solo lo fue Naamam, natural de Siria.
Al oír estas cosas, todos en la sinagoga montaron en cólera, y levantándose alborotados, le arrojaron fuera de la ciudad, y le condujeron a la fuerza hasta la cima del monte, sobre el cual estaba su ciudad edificada, con ánimo criminal de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando por medio de ellos, se marchó.
En la sinagoga de Cafarnaúm.
Después bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, donde enseñaba al pueblo en los días de sábado, según la tradición.
Estaban asombrados de su doctrina, y su forma de explicar las santas escrituras, porque su modo de predicar era de gran autoridad y de poderío.
Un día, hallábase en la sinagoga cierto hombre poseído por un demonio inmundo, el cual gritó con gran voz, diciendo:
- ¡Déjanos en paz!, ¿qué tenemos nosotros que ver contigo, oh Jesús nazareno? ¿Has venido a exterminarnos? ¡Yo ya sé quién eres, eres el Santo de Dios!
Más Jesús, increpándole, le dijo:
- Enmudece ahora, y sal de ese hombre.
Y el demonio, habiendo arrojado al suelo al hombre que poseía en medio de todos, salió de él, sin hacerle daño alguno.
Ante esto, todos se atemorizaron y conversando unos con otros, decían:
- ¿Pero esto qué es? ¿Cómo puede ser? Él manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen fuera.
Y por todas estas elevadas obras, se iba esparciendo la fama de su nombre por todo el país.
En casa de Pedro.
Saliendo Jesús, de la sinagoga, se acercó y entró a la casa de Simón.
En su interior se hallaban la suegra de Simón con una fuerte fiebre, y le suplicó por su curación.
Él, arrimándose a la enferma, mandó a la fiebre que la dejase y, ésta, la dejó libre al instante.
Tal fue la reacción de mejoría que la suegra de Simón se levantó de la cama, y se puso a servirles.
Ya oculto el sol, todos los que estaban enfermos de distintas dolencias, se los traían a Jesús para sanarlos, y él los curaba con poner sobre cada uno sus manos.
De muchos salían los demonios que los atenazaban, gritando y diciendo:
- Tú eres el Hijo de Dios.
En cambio Jesús, con amenazas les prohibía decir que sabían que él era el Mesías.
En un lugar desierto.
Y partiendo nada más amanecer, siendo ya de día, se iba a un lugar desierto, y las gentes estuvieron buscándole, y hacían todo lo posible por retenerlo, no queriendo que se apartase de ellos.
Más él les dijo:
- Escuchadme. Es necesario que yo predique también en otras ciudades el evangelio de la llegada del Reino de Dios, pues para eso he sido enviado.
Ocurrió un día que, encontrándose Jesús junto al lago de Genezaret, las gentes se agolpaban en una gran multitud alrededor de él, ansiosas de escuchar la Palabra de Dios.
Y mientras todos se apelotonaban, vio dos barcas en la orilla del lago, cuyos pescadores habían bajado, y estaban lavando sus redes.
Subiendo pues, en una de ellas, y que pertenecía a Simón, pidióle que la desviase un poco de tierra, y sentándose desde la barca predicó a la multitud.
Nada más acabar el sermón, dijo a Simón:
- Guía mar adentro la embarcación, y echad vuestras redes para pescar.
Simón le replicó:
- Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos y nada hemos cogido; No obstante, como creo en tu palabra echaré la red.
Y habiéndola echado, recogieron tanta cantidad de peces, que la red misma se rompía por el peso que debía soportar.
Por ello hicieron señas a los compañeros de la otra barca, para que se acercasen a ayudarles. Éstos se acercaron para ayudarlos y eran tantos los peces que llenaron las dos embarcaciones, hasta el punto de casi hundirse.
Viendo esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
- No debería ir conmigo, Señor, porque soy un hombre pecador, de poca fe.
Y actuó así debido al asombro que se había apoderado tanto de él como de todos los demás que con él estaban, a la vista de tanta pesca que acaban de hacer.
De igual manera estaban impactados Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Entonces Jesús dijo a simón:
- No tienes de que temer. Estate tranquilo y en paz, ya que de hoy en adelante serán hombres los que has de “pescar” para darles la verdadera Vida.
Las idas y venidas de Jesús eran constantes por todas las ciudades de Galilea, y encontrándose en una de ellas he aquí que un hombre todo cubierto de lepra, y al cual nadie se atrevía a acercarse, vio a Jesús en la distancia y, acercándose se postró con la cara en la tierra y le rogaba diciendo:
- Señor, si tú quieres, puedes curarme.
Jesús, ante tanta humildad y sinceridad extendió su mano, le tocó diciendo:
- Yo quiero. Sé curado.
Y al instante desapareció de ese hombre toda la lepra de su cuerpo.
Jesús le mandó que no lo contara a nadie, pero le dijo:
- Anda, preséntate al sacerdote, y lleva la ofrenda por tu curación, según lo ordenado por _*Moisés, a fin de que les sirva de testimonio de tu curación.
Sin embargo, a pesar de que Jesús insistía en que no contasen todas estas cosas de él, ya que venían del Señor, su fama se extendía cada día más, de forma que los pueblos que se enteraban de que estaba cerca de ellos acudían en multitud para oírle, y a ser curados de sus enfermedades.
Más a pesar de todo ello, Jesús no dejaba de retirarse y recogerse en soledad, y hacer allí oración al Altísimo Señor Dios.
Un día, estaba sentado Jesús enseñando. E igualmente estaban sentados allí varios fariseos y doctores de la Ley que habían venido de todos los lugares de galilea y de Judea, y de la ciudad de Jerusalén, pero como sus obras y sus palabras habían cobrado cada vez más fuerza entre el pueblo no vinieron para escucharle, sino para expiarle.
Esto lo hacían porque las explicaciones que Jesús daba y las obras que él solicitaba para agradar al Señor, chocaban frente a las que los fariseos y doctores daban a sus fieles.
En aquel tiempo la Virtud del Señor se manifestaba a través de sanaciones de los enfermos, cuando he aquí que llegan unos hombres que traían tendido en una camilla a un paralítico, y hacían intenciones de meterlo dentro de la casa en la que Jesús estaba y ponerlo ante él, pero al no encontrar por dónde introducirlo ya que había un gran gentío, subieron sobre el terrado, y ya que la casa tenía un patio interior lo subieron con la camilla y lo descendieron hasta el lugar donde Jesús estaba, situándolo ante él.
Jesús, sintiendo su gran fe, dijo:
- ¡Hombre de gran fe eres! Yo te digo que tus pecados te son perdonados.
Pero los escribas y fariseos que allí estaban también mezclados con el pueblo empezaron a pensar mal de él, diciendo para sus interiores:
- ¿Quién es éste, que así se permite blasfemar?
¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?
Pero Jesús, que era Cristo, conocía sus pensamientos, y les respondió, diciéndoles:
- Vosotros, ¿qué es lo que andáis revolviendo en vuestros corazones?
Yo os pregunto: ¿Qué es más fácil decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda?...
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre, tiene potestad en la Tierra de perdonar pecados, ¡levántate! - dijo al paralítico -. Yo te lo mando, carga con tu camilla, y vete a tu casa.
Y ante todos se levantó, cargó con su camilla en la que yacía, y se marchó a su casa lleno de alegría y dando gracias y glorificando a Dios.
Todos quedaron pasmados, y ante tal milagro comenzaron a glorificar a Dios.
Penetrados por un santo temor, decían:
Después de esto, Jesús saliendo afuera de la ciudad se dirigió al lago de Genezaret, en esto que vio a uno que por sus formas de vestir supo que era publicano. Se llamaba Leví, y se encontraba sentado en la mesa donde se abonaban los tributos, y Jesús que conocía su verdadero interior, acercándose a él, le dijo:
- Tú, ven conmigo.
Y Leví, abandonándolo todo, se levantó y lo siguió.
Hablaron largo tiempo sobre la condición y la naturaleza de los tributos que se pagaban, y del poco respeto que se realizaba hacia el pueblo y hacia la Ley de Dios.
Después de esto, Leví lo invitó a un gran convite en su casa, al cual asistió un grandísimo número de publicanos y de otros que los acompañaban a la mesa.
Por esto los fariseos y los escribas de los judíos murmuraban:
- ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y con gente de mal vivir?
Jesús, levantándose, tomó la palabra y les dijo:
- Los sanos no necesitan de médico, sino que los que necesitan de médico son los enfermos.
Sabed que no son los justos, sino los pecadores a los que he venido yo a llamar para que hagan auténtica penitencia.
Y le siguieron preguntando ellos:
- ¿Cómo es que los discípulos de Juan ayunan a menudo, y oran, como también los de los fariseos, mientras que los tuyos comen y beben?
Ante lo cual Jesús respondió:
- ¿Por ventura es que podréis lograr vosotros de los compañeros del “esposo” que ayunen mientras está con ellos el “esposo”?
Tiempo vendrá en que les será quitado el “esposo”, y entonces será cuando ayunarán.
Escuchad bien:
Nadie a un vestido viejo le echa un remiendo de paño nuevo, porque a parte de que el retazo nuevo rasga lo viejo, no cae bien el remiendo nuevo en el vestido viejo.
Tampoco echa nadie vino nuevo en cueros viejos, porque el vino nuevo reventaría los cueros viejos, y el vino se derramaría perdiéndose, echándose también a perder los cueros.
Por eso el vino nuevo se debe echar en cueros nuevos, y así ambas cosas entre ellas se conservan bien y hacen bien su función.
De igual manera os digo que, ninguno que esté acostumbrado a beber vino añejo quiere inmediatamente del nuevo, porque naturalmente dirá: “Mejor es el añejo”.
Ocurrió también en el sábado llamado segundo primero que, cruzando Jesús por unos sembrados de trigo, sus discípulos cortaban espigas y triturándolas en sus manos se comían los granos.
Algunos fariseos que lo vieron les decían:
- ¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en sábado?
Y Jesús, se adelantó tomando la palabra, y respondió:
- ¿Y qué pasa por ello? ¿Vosotros no habéis leído en las sagradas escrituras lo que hizo David, cuando él y los que le acompañaban padecieron hambre? ¿No habéis leído cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió y dio a sus compañeros para que comieran, a pesar de sólo estar permitido comerlos a los sacerdotes?
Os digo que el Hijo del hombre es dueño aún del mismo sábado.
Ocurrió otro sábado que entro en la sinagoga, y se puso a enseñar a quiénes allí estaban. Entre ellos había un hombre con la mano derecha enferma, y la tenía como seca sin movimiento.
En esto que los escribas y fariseos que estaban encargados de espiarle y provocarle, le acechaban para ver si curaría en sábado, y así tener de qué acusarle.
Pero Jesús que tenía una extraña facultad de penetrar y conocer sus pensamientos, dijo al que tenía seca la mano:
- Tú, compláceme. Levántate y ponte aquí en medio.
Éste se levantó y se puso en medio.
Entonces Jesús, mirando detenidamente a todos ellos a los ojos, les dijo:
- Tengo que haceros una pregunta.
¿Es lícito en los días de sábado hacer el bien o el mal? ¿Salvar a un hombre la vida o quitársela?
Y volviendo a mirar a todos detenidamente y con infinita paz interior, miró después al hombre y le dijo:
- Tú no me lo has pedido, pero extiende tu mano con la palma hacia lo alto, y estate en paz. Estás curado.
En aquellos días se retiró a orar y meditar según el dictado del Santo Espíritu, y pasó toda la noche haciendo oración intensa a Dios.
Cuando amaneció, llamó a todos sus discípulos, y les habó diciendo:
- El Santo Espíritu me ha dictado que tengo la misión de escoger a doce de vosotros.
A estos doce que escogeré hoy, se les otorgará un “Jinete de Dios”.
Cada uno de estos “Jinetes de Dios” será dueño de “uno” de los doce “caballos”, y lo dirigirá y lo educará en la Sabiduría del Cielo y de la Tierra.
Estos “Jinetes de la Luz del Padre” os instruirán sobre las cosas del Cielo, las móviles y las estáticas.
Darán tanta Luz a vuestros espíritus que cuando la saquéis al exterior, los que os rodeen se sentirán envueltos por una Santa Beatitud y serán confortados en sus dolores y penas.
Esta misma, será castigo para los impíos que os persigan.
No temáis jamás obedecer a la “voz” que os llenará en aquel día que solo el Padre y el Hijo conocen, y que no ha de tardar.
Por ello os he reunido aquí.
Yo escruto vuestros pensamientos, y vuestros más íntimos deseos que se albergan en vuestros corazones.
No temáis, todos habéis sido tocados por la Luz del Cristo, y por eso estáis aquí conmigo.
Venid a mí, de uno en uno, y recordad siempre que sois todos hermanos en el Santo Espíritu.
Y acercándose uno a uno, hablaba con ellos. En ocasiones se reía con complacencia y cariño de lo que cada uno le confesaba de su interior, y en otros su sereno semblante y la profundidad de su mirada profundizaban en lo más hondo de cada uno de ellos.
Cuando hubo terminado con el último, de nombre Simón, de entre ellos escogió a doce, a los cuales nombró como apóstoles, y estos fueron:
Simón, al que renombró como Pedro.
Andrés, su hermano.
Santiago.
Juan.
Felipe.
Bartolomé.
Mateo.
Tomás.
Santiago, el hijo de Alfeo.
Simón llamado el Zelador.
Judas, hermano de Santiago
Y Judas Iscariote, que fue el que le traicionó.
El Sermón de la montaña
Estaban bajando de la montaña donde los había llamado, y Jesús se paró en un llano, en compañía de sus discípulos, y de un gran gentío de toda Judea, y especialmente de Jerusalén y del país marítimo de Tiro y de Sidón.
Todos ellos habían venido a oírle y muchos a ser curados de sus dolencias, al igual que aquellos que eran molestados por los espíritus inmundos y también eran curados por el Poder de Cristo.
Entre el pueblo se había extendido que, con tan solo tocarle, salía de él, de JesúsCristo una Virtud Divina que daba salud a los que le tocaban.
Deteniéndose un instante miró a todos sus discípulos que lo seguían y comenzó a decir:
- Bienaventurados son los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y os separen y expulsen de sus sinagogas, y os afrenten, y digan abominaciones de vuestro nombre diciendo que es maldito.
Todo esto lo harán por el odio que alimentan hacia el Hijo del hombre.
Cuando llegue ese día, alegraos y saltad de gozo, porque os está reservada en el cielo una gran recompensa, al igual que el trato de “aquellos” que eran Padres de los profetas, y que tenían con ellos.
Más, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo en este mundo!
¡Ay de vosotros los que andáis ya hartos!, porque sufriréis hambre.
¡Ay de vosotros que ahora reís!, porque llegará el día en el que os lamentaréis y lloraréis.
¡Ay de vosotros cuando los hombres mundanos os aplaudan!, de igual manera que hacían los padres con los falsos profetas.
Ahora bien, a vosotros que me escucháis, que estáis cercanos a mí yo os digo:
¡Amad a vuestros enemigos y haced el bien a quiénes os aborrezcan!
Bendecid a los que os maldigan, y orad por los que os calumnian.
A quien os hiera en una mejilla, presentarle igualmente la otra, y a quién os quitara os quite la capa, no le impidáis que os quite igualmente la túnica.
A todo el que os pida, dadle, y al que os robe las cosas, no se las reclaméis.
Tratad a los hombres de la misma manera que vosotros quisierais que ellos o tratasen.
Porque si amáis tan solo a los que os aman, ¿qué mérito es el vuestro?
También los pecadores aman a quien los ama a ellos.
E igualmente os digo que si tan sólo hacéis bien a los que bien os hacen, ¿qué mérito tenéis en ello?, puesto que los pecadores también hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis que luego os recompensen, ¿Dónde está vuestro mérito? También los malos prestan a los malos, a cambio de recibir de ellos otro tanto.
Es por esto que os digo:
Amad a vuestros enemigos.
Haced bien y prestad, sin esperanza de recibir nada por ello, y os aseguro que será grandísima vuestra recompensa, y entonces llegaréis a ser Hijos del Altísimo, porque Él es bueno incluso para los ingratos y los malos.
Igualmente con su Altísima Presencia y con Su Luz los consuela y alimenta.
Por todo ello, sed pues, misericordiosos, como también lo es vuestro Padre.
No juzguéis mal y no seréis mal juzgados.
No condenéis mal, y no seréis mal condenados.
Perdonad, y seréis perdonados.
Dad, y se os dará. Se os echará en vuestro regazo una buena medida, apretada y bien colmada, hasta que se derrame, porque según la Sagrada Ley del Padre, con la misma medida que midiereis a los demás se os medirá a vosotros.
Esta es la Principal Ley del Padre Creador. Si podéis entenderla, hacedlo y gozaréis.
A esto que según hablaba con poderosa y viva voz, iba caminado entre las multitudes y mirando a cada uno de los interiores. Los discípulos le seguían sin sabed si se iba a parar, o sentar en algún lugar alto para seguir hablando a todos.
Y prosiguió con esta cuestión:
- Ahora os hago una pregunta:
¿Acaso un ciego puede guiar bien a otro ciego?
¿No es más probable que caigan los dos a un precipicio?
Escuchad pues porque yo os digo que no es el discípulo superior al maestro, pero puede llegar a la perfección, si lograra ser semejante a su maestro.
Y mirando a uno le dijo:
- Más tú, ¿por qué miras la mota en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que tienes en el tuyo?
O, ¿con qué autoridad dices a tu hermano: Hermano, deja que te quite la mota del ojo, cuando tú mismo no das en quitar la viga que tienes en el tuyo?
¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y después podrás ver cómo has de sacar la mota del ojo de tu hermano!
A todos os digo que no es árbol bueno el que da malos frutos, ni árbol malo el que da frutos buenos.
Cada árbol por su fruto se le conoce, y no se cogen higos de entre los espinos, ni de las zarzas racimos de uvas.
El hombre bueno que contiene Buen Tesoro en su corazón saca cosas buenas, así como el mal hombre las saca malas, del Mal Tesoro de su corazón, porque os digo que de la abundancia del corazón habla la boca.
¿Por qué, entonces, me estáis llamando, Señor, Señor, y obrando así luego no hacéis lo que yo os digo?
Yo os quiero enseñar que aquel que es semejante a mí, viene a mí, escucha mis palabras y luego las pone en práctica.
Os confirmo que si escucháis y hacéis todo esto que os digo, es semejante a aquel hombre que, queriendo construir una casa, cavó tan hondo y puso los cimientos sobre la roca firme.
Después, cuando llegó una inundación y el río descargó toda su furia de golpe contra la casa, no pudo derribarla, porque estaba fundada, asentada sobre la firme roca.
Si embargo, aquel que escucha mis palabras y no las pone en práctica a través de sus obras, es semejante al hombre que fabricó la casa sobre tierra fofa sin poner cimiento seguro, y contra la cual descargó su ímpetu el río, y luego cayó, y grande fue la ruina de aquella casa.
Terminando de decir esto, pareció que enmudeció. No dijo nada más sino que pasando a través de todos los presentes, se dirigió y entró en Cafarnaúm.
El centurión de Cafarnaúm
Hallábase allí precisamente un centurión que tenía a un criado muy enfermo y a las puertas de la muerte misma. Este centurión estimaba mucho a este criado que era como un familiar suyo.
Este centurión había oído hablar mucho de Jesús, y sabiendo que se encontraba en Cafarnaúm le envió a algunos de los senadores ya ancianos de los judíos para suplicarle que viniese a curar a su criado.
Una vez que estos ancianos encontraron a Jesús, le rogaban con empeño en que condescendiese diciéndole:
- Es una persona que realmente merece que le hagas este favor, porque tiene afecto por nuestra nación y hasta nos ha construido una sinagoga.
Así pues Jesús se encaminó con ellos hacia la casa del centurión. Y estando ya cerca de la casa, el centurión le envió unos amigos, mientras él asistía de cerca de su criado, para decirle:
- Señor, no es preciso que te molestes en venir a mi casa, que yo no merezco que tú entres dentro de mi morada, y es por esto que tampoco me hallé digno de salir en persona a buscarte, pero sé que si dices tan sólo una palabra, mi criado obedeciendo sanará.
Esto lo sé, porque soy oficial subalterno, y tengo soldados a mis órdenes, y cuando digo a éste, ve, éste va; y cuando digo a otro, ven, viene, y si le digo a mi criado, haz esto, él lo hace.
Oyendo esto que el centurión mandó a decirle, quedó como admirado, y dándose la vuelta hacia las numerosas personas que le seguían, dijo:
- En verdad os digo que ni tan siquiera en Israel he hallado una fe tan grande.
Cuando los enviados regresaron a la casa, hallaron totalmente curado al criado que había estado enfermo.
Resurrección del hijo de la viudad de Naim
Después de unos días iba Jesús camino de la ciudad llamada Naín, y con él iban sus discípulos y mucho gentío y cuando estaba cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban a enterrar aun difunto, hijo único de su madre, la cual había enviudado, y con gran dolor iba acompañada de numerosas personas de la ciudad.
Nada más verla el Señor, conmovido por la compasión, le dijo:
- No llores.
Entonces se acercó al féretro y lo tocó, y al momento los que lo llevaban se detuvieron.
Dijo entonces con viva y suave voz:
- Joven, yo te lo mando, levántate.
Y al instante se incorporó el difunto dentro del féretro, y comenzó a hablar y preguntar sobre lo que allí había ocurrido.
Jesús, le ayudó a salir del féretro y se lo entregó a su madre.
Ante esto todos quedaron muy impresionados y fueron presas del santo temor ante un hecho tan incomprensible y difícil de entender y glorificaban a Dios diciendo:
- Un gran profeta ha aparecido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo.
Por ello se extendió la fama de este milagro por toda la Judea y por todas las regiones de alrededor.
Juan el Bautizador, envia unos mensajeros desde la prisión.
De todos estos hechos fabulosos informaron a Juan “el que bautiza”, sus discípulos cuando iban a visitarle.
Y Juan llamando a dos de ellos, los envió a Jesús para que le hiciesen esta pregunta.
- ¿Eres tú aquel que ha de venir, o debemos esperar a otro?
Llegados a él los emisarios, le dijeron:
- Juan el que bautiza nos ha enviado a ti para preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?
Jesús poco antes de hacerle esta pregunta había curado ya a muchos de sus enfermedades y llagas, y de espíritus malignos, y dio vista a muchos ciegos.
Y les contestó:
- Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído. Contadle cómo los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y cómo a los pobres se les anuncia el evangelio que es la buena nueva.
Bienaventurado aquel que no se escandalice de mí proceder.
Nada más marcharse los enviados de Juan, Jesús se dirigió al abundante gentío, y los habló de Juan de una manera sobrecogedora:
- Decidme, cuando ibais en busca de Juan, ¿Qué buscabais de ver en el desierto?
¿Quizás una caña agitada por el viento?...
Decidme:
¿Qué es lo que salisteis a ver?
¿Quizás pensabais que veríais a un hombre vestido con ropas delicadas, suntuosas?
Sobradamente sabéis que los que visten preciosas ropas y viven en delicias, en palacios de reyes están.
Pero, decidme, ¿qué fuisteis a ver? ¿a un profeta?...
Yo os digo de Juan que sí, ciertamente, yo os lo aseguro, y os digo que Juan es más aún que un profeta, pues de él es de quien se ha escrito en las santas escrituras de vuestros antepasados: Mirad como yo envío delante de mí Hijo a mi Mensajero, para que vaya preparándole el camino.
Por este motivo yo os digo:
De entre todos los nacidos de mujeres ningún profeta es mayor que Juan el que bautiza, pero os digo que incluso el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él.
¿Veis?, todo el pueblo y los publicanos, habiéndole oído cómo hablaba, con qué poder surgían las palabras de su boca, entraron en los designios de Dios, conociendo así parte de sus proyectos, y es por esto por lo que recibieron el bautismo de Juan, pero los fariseos y doctores de la Ley despreciaron sus sabias palabras en daño de sí mismos, y rechazaron el designio de Dios sobre ellos, y decidieron no ser bautizados.
Jesùs increpa a los Judios, y los compara a niños caprichosos.
Concluyó el Señor con estas palabras:
Reflexionando sobre estos últimos, ¿a quién diré que es semejante esta raza de hombres?, y ¿a quién se parecen?...
Parécense a los muchachos sentados en la plaza y que por medio del juego hablan con los que tienen frente a ellos, y les dicen:
- “Os tocamos con el son de la flauta y no habéis bailado. Entonamos lamentaciones, y no habéis llorado, y con Juan si lo habéis hecho”.
Yo os digo además: Cuando Juan el bautista se manifestó, que ni comía, ni bebía vino, dijisteis de él: “Está endemoniado”.
Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe como los demás, y decís: “Mirad que hombre tan voraz y bebedor, amigo de publicanos y de gentes de mala vida”.
Os afirmo que, la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos.
La pecadora que ungió los pies de Jesús.
En una ocasión, le rogó uno de los fariseos que fuera a comer con él, y se lo concedió sabiendo ya lo que iba a acontecer.
Y, habiendo entrado en la casa del fariseo, se sentó en la mesa, cuando al instante he aquí que una mujer pecadora de la ciudad, nada más saber que había llegado a la casa y sentado a la mesa, trajo un vaso de alabastro precioso tallado y lleno de perfume, y arrimándose por detrás de sus pies, comenzó a bañárselos con sus lágrimas de arrepentimiento, y se los limpiaba con los largos cabellos de su cabeza, y hasta los besaba y derramaba sobre ellos su perfume, como señal de reconocimiento y de arrepentimiento.
Viendo todo esto el fariseo que le había convidado, decía para sus adentros:
- Si este hombre fuera profeta, bien conocería quién y qué la mujer que le está tocando es una mujer pecadora de mala vida.
Y Jesús, respondiendo a su pensamiento, le dice:
- Simón, tengo que decirte una cosa.
- Di, maestro, - respondió él.
- Escucha con atención Simón:
Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía 500 denarios, y el otro 50.
No teniendo ninguno de ellos con qué pagar, perdonó a los dos la deuda.
Ahora bien, según tú ¿Cuál de ellos, le amará más?
Simón, le respondió:
- Hago valoración sobre ambos y pienso que aquel a quien perdonó más.
Y el Señor le miró a los ojos largamente y le contestó:
- Has valorado rectamente.
Y volviéndose hacia la mujer, la miró con infinita misericordia y dijo a Simón:
- ¿Ves a esta mujer? Yo entré en tu casa y no me has dado agua para mis pies, sin embargo ésta ha bañado mis pies con sus lágrimas, y los ha secado con sus cabellos.
Tú no me has dado el ósculo de paz, pero ésta, desde que llegó no ha cesado de besar mis pies.
Tú no has ungido con aceites olorosos mi cabeza, y ésta, ha derramado sobre mis pies sus perfumes.
Por todo ello te digo que, le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado en verdad mucho. Que ama menos aquel a quien menos se le perdona.
Miró a la mujer sollozando, y se inclinó para ayudarla a levantarse. Y le dijo mientras la miraba con dulzura poderosa:
- Mujer, mírame, yo te confirmo que tus pecados te son perdonados.
Ante todo esto los convidados a la comida, comenzaron a decir interiormente:
- ¿Quién es este, que también perdona los pecados?
Mientras, él seguía hablando con la mujer, y le decía:
- Mujer, tu fe te ha salvado. ; márchate en paz.
La imitación de Jesús, el ungido de CRISTO.
Pasó algún tiempo y Jesús continuaba visitando las ciudades y aldeas, predicando y anunciando como el Santo Espíritu le solicitaba el Reino de Dios, acompañado siempre por los 12 Apóstoles, depositarios de la Santa Sabiduría y el Divino Consuelo.
Y de entre tantas mujeres, que habían sido liberadas de los espíritus malignos y sanadas de sus varias enfermedades, había una, llamada María, y apodada la Magdalena, de la que el Señor había echado siete demonios.
Había otras como Juana, mujer de Cusa, que era mayordomo de Herodes, y Susana, al igual que otras muchas, que se asistían con sus bienes y ayudas.
Jesús, era querido y estimado por las mujeres de las aldeas, por el Gran Amor dedicado a ellas, y a muchos de sus hijos, al igual que por la Gran Comprensión que le venía del Cielo de los sufrimientos y sacrificios que algunas mujeres debían soportar tan injustamente por parte, sobre todo, de los doctores de la Ley.
Él, despertaba en ellas un sentimiento puro, y una adhesión desconocida. Adhesión que en algunas les hacía ver a Jesús como a un hijo propio, en otras como a un hermano, como amigo en todas ellas, y en algunas despertaba esa Luz de Amor, pero Jesús conocía que no formaba parte de su misión este aspecto, según el Santo Espíritu le dictaba.
La parábola del Sembrador.
En ocasión de una gran cantidad de gentes, que cuando sabían que estaba cerca acudían en tropel a él, hizo mención de esta parábola:
- Salió un sembrador a sembrar su simiente y al esparcirla por la tierra, parte de ella cayó a lo largo del camino, donde fue pisoteada por los pies de los ingratos y por las bestias descuidadas, y fueron comidas por las aves del cielo.
Parte cayó sobre un pedregal y, después de haber nacido, se secó por falta de humedad.
Parte de esta simiente cayó entre los espinos y zarzas, y creciendo al mismo tiempo que los espinos y zarzas, la ahogaron.
Pero, finalmente, una parte de esta simiente cayó en tierra buena, fértil y porosa, y habiendo nacido, dio fruto de ciento por uno.
Todos, le escuchaban con atención, cuando de repente, alzando la voz dijo:
- ¡Los que tengan oídos para escuchar y entender, atiendan bien a lo que digo!
Sus discípulos, que comprendían el significado de la parábola le preguntaron para que los demás la entendieran, cuál era el sentido de esta parábola.
Y, Jesús, les contesto así:
- A vosotros se os ha concedido el entender este misterio del Reino de Dios, mientras que a los demás, en castigo de su malicia, se les habla en parábolas, de modo que viendo no logren ver y oyendo no logren entender.
Escuchad, de todas formas bien, el sentido de la parábola: La semilla es la palabra de Dios.
Los granos sembrados a lo largo del camino son todos aquellos que la escuchan sí, pero viene después el diablo, y se la saca del corazón, para que no lleguen a creer y se salven.
Los granos sembrados en un pedregal son aquellos que, oída la Palabra, recíbenla sí, con gozo, pero no echa raíces en ellos, y crecen una temporada, y cuando regresa la tentación vuelven atrás.
La semilla caída entre espinas son los que la escucharon, pero con los cuidados, y las riquezas y delicias de la vida, terminan siendo sofocados y nunca llegan a dar fruto.
Por último, la semilla que cae en buena tierra significa aquellos que con un corazón noble y generoso oyen la Palabra de Dios y la guardan como un tesoro, y mediante la paciencia dan fruto bien sazonado y maduro.
Mientras iba diciendo todo esto, iba mirando a todos los que lo acompañaban, y luego añadió:
- Nadie después de encender una antorcha la tapa con una vasija, ni la mete debajo de la cama, sino que la pone sobre un candelabro, para que dé luz a los que entran y pasan cerca, porque yo os digo que nada hay oculto que no deba ser descubierto, al igual que no hay nada que siendo escondido no haya de ser conocido y publicado.
Por lo tanto yo os pido que analicéis con paz de qué manera oís mis instrucciones, pues os digo que a quien tiene, se le ha de dar, y al que no tiene, incluso aquello mismo que cree tener se le quitará.
Mientras terminaba de decir todo esto, vinieron a encontrarle su madre María y hermanos, y primos, y no pudiendo acercarse a él por causa de tantas gentes que había escuchándole, le mandaron aviso, diciéndole:
- Tu madre y tus hermanos están allá atrás, pero no pueden pasar hasta ti. Ellos quieren verte.
Y levantando la voz dijo a todos:
- ¡Sabed que mi madre y mis hermanos son todos aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la practican!
Muchas otras cosas dijo con motivo de este multitudinario encuentro, relacionadas con los lazos de familia, y la realidad del Santo Espíritu.
Cristo-Jesùs domina una tempestad.
- Crucemos hasta el otro lado del lago.
Entonces todos, partieron con este propósito y mientras iban navegando, Jesús recostándose se durmió para descansar en el trayecto, al tiempo comenzó un recio viento y provocando en las aguas del lago grandes olas, el agua se metía dentro de la embarcación y el peligro iba creciendo.
Preocupados por ello, se acercaron a él y lo despertaron diciendo:
- Maestro, maestro que perecemos.
Puesto en pie, amenazó al viento y a la tormenta y les ordenó de cesar, y al instante cesaron y grande fue la calma posterior.
Después miró a sus discípulos y les dijo:
- ¿Dónde está vuestra fe?
Pero ellos, aun llenos de temor, se decían con asombro unos a los otros:
- ¿Quién diremos que es éste, que así da órdenes a los vientos y al mar, y le obedecen?
El poseso de Gerasa.
Finalmente llegaron al país de los gírasenos, que está en la ribera opuesta a la Galilea, y nada más saltar a tierra firme, le salió al encuentro un hombre, que desde hace mucho tiempo estaba endemoniado, e iba totalmente desnudo y no moraba en casa alguna, sino en las cuevas que se cavaban para los sepulcros.
Y éste, nada más ver a Jesús, se arrojó a sus pies y le dijo a grandes gritos:
- ¿Qué hay entre tú y yo, Jesús, hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.
Y es que el Señor mandaba al espíritu inmundo que moraba en éste hombre, que saliese de éste porque hacía mucho tiempo que se había apoderado de él, y por más que le ataban con cadenas, y le ponían grilletes, los rompía y escapaba, y empujado por el demonio huía a los desiertos.
Jesús, con infinita serenidad, le preguntó:
- ¿Cuál es tu nombre?
Y él le respondió:
- Legión.
Ya que eran muchos los demonios entrados en él. Y éstos le suplicaban al Señor que no les mandase ir al abismo.
Andaba por allí una gran piara de cerdos, paciendo en el monte, y ellos le pedían que al menos les dejara entrar en ellos.
El Señor consintió en ello, y salieron del hombre los demonios y entraros en los cerdos; y nada más entrar en ellos toda la piara corrió a arrojarse por un precipicio al lago, y se hundieron en él.
Y aquellos que guardaban a la piara de cerdos, viendo todo esto huyeron despavoridos e impresionados fueron a llevar la nueva a la ciudad y por todos los cortijos.
Entonces todas las gentes salieron a ver qué es lo que había ocurrido, y llegando hasta Jesús, hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a sus pies, vestido y en su sano juicio, y quedaron espantados.
De manera que aquellos que habían estado presentes y vieron de qué manera había sido librado de la legión de demonios, les contaron a las gentes cómo fueron ellos testigos. Entonces todos los gírasenos a una le suplicaron que se retirase de su país, por hallarse sobrecogidos de gran espanto.
Jesús, pues, viendo que ese fue el recibimiento, se subió en la embarcación con sus discípulos y se marchó.
Pero el hombre al cuál liberó de tantos demonios le pedía que le llevase en su compañía.
Pero Jesús le despidió diciendo:
- Es mejor que vuelvas a tu casa, y cuenta los maravillas que Dios ha obrado a favor tuyo.
Así pues marchó y fue contando los grandes beneficios que Jesús le había hecho.
La hija de Jairo, y la hemorrosía.
A su regreso Jesús fue recibido por la multitud, pues todos estaban esperándole de su viaje.
Y con ocasión de su regreso se le presentó un jefe de la sinagoga llamado Jairo, el cual se postró con humildad ante él suplicándole que se acercara a su casa, porque tenía una hija única de unos 12 años de edad, que se estaba muriendo.
Él, accediendo y pasando entre la gran multitud de gentes que allí había, una mujer que llevaba enferma más de 12 años debido a un flujo de sangre que no se le detenía, y la cual había gastado toda su hacienda en médicos, sin que ninguno hubiese podido curarla, se le arrimó por detrás y le tocó la orla de su túnica, y al instante mismo paró el flujo de sangre.
Jesús entonces dijo:
- ¿Quién es el que me ha tocado?
Todos los de su alrededor se excusaron, pero Pedro junto a sus compañeros dijo:
- Maestro, un tropel de gente te comprime, y sofoca, ¿y preguntas que quién te ha tocado?
Pero el Señor, JesúsCristo, le replicó:
- Yo sé que alguien me ha tocado, y lo ha hecho con propósito, pues he sentido salir de mí una Virtud que reconozco muy bien.
Entonces, sintiéndose descubierta la mujer, se le acercó temblando y echándose a los pies del Señor, declaró en presencia de todo el pueblo la causa por la que le había tocado, y cómo al momento había quedado sanada.
Y Jesús mientras la miraba le dijo:
- Hija, no tengas temor, tu fe ha sido la que te ha curado. Ve en paz.
Estaba terminando de decirle esto a la mujer, cuando vino uno a decir al jefe de la sinagoga:
- Tu hija ha muerto, no es preciso entonces que molestes ya al maestro.
Pero Jesús, al oírlo, dijo al padre de la niña:
- No temas, basta que creas, y ella vivirá.
Así pues se encaminaron hacia la casa donde estaba la niña, y al llegar el Señor no dejó entrar consigo a nadie excepto a Pedro, a Santiago y a Juan, así como al padre y la madre de la niña.
Mientras, lloraban todos y plañían por la niña. Más Él les dijo:
-No lloréis, pues la niña no está muerta, sino sólo dormida.
Comenzaron entonces los de fuera a burlarse de Él, sabiendo bien que la niña estaba muerta.
Jesús entrando con ellos al interior, cogió la mano de la niña y con una potente voz que se escuchó hasta en el exterior dijo:
- ¡Niña, levántate!
Y de repente volvió su alma al cuerpo, y se levantó al instante. Y Jesús mandó que le diesen de comer.
Sus padres quedaron llenos de asombro por la rápida recuperación que su hija tuvo, y Jesús les mandó que no dijeran a nadie lo que había ocurrido.
Algún tiempo después, el Señor, habiendo convocado a los 12 Apóstoles, les recordó lo que les dijo cuando los eligió de entre tantos discípulos y les dijo:
- Tiempo es de que los “jinetes” comanden a sus “caballos”, y los “caballos” vayan conociendo a sus “jinetes”.
Yo, en el día de hoy, y por querer del Santo Espíritu os doy el Poder y la Autoridad del Cielo sobre todos los demonios, y la Virtud de curar enfermedades.
Sabéis y habéis visto lo que la Virtud del Espíritu es capaz de donar, así pues Yo os envío a predicar con las obras el Reino de Dios, y a dar salud a los enfermos.
Escuchad, no llevéis nada para el viaje, ni tan siquiera palo para defenderos, ni alforjas para las provisiones, ni pan, ni dinero, ni mudas de ropa.
En cualquier casa que seáis invitados y que entréis, permaneced allí, y después de hacer lo que os toque hacer, salid de allí.
Y donde nadie os recibiere, al salir de la ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies, en testimonio contra sus moradores, pues es el Santo Espíritu y Su Voz del Cielo la que guiará vuestros pasos.
Después de muchas preguntas y dilatadas conversaciones, partieron, e iban de lugar en lugar, anunciando el Evangelio, la Buena Nueva y curando enfermos por todas partes gracias al Poder que el Señor infundió sobre ellos.
Mientras esto ocurría, oyó Herodes el tetrarca todo lo que hacía Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos le decían:
- Sin duda que Juan ha resucitado.
Otros:
- No, sino que ha aparecido Elías.
Y otros:
- No, que es uno de los antiguos profetas que había resucitado.
Y Herodes decía:
- No puede ser Juan porque yo le corté la cabeza. Entonces, ¿quién será, entonces, éste de quien oigo estas cosas?
Mientras buscaba la manera de verle.
Multiplicación de los panes y los peces.
Entretanto, los Apóstoles, habiendo regresado de su misión, contaron a Jesús todo cuanto habían hecho, y Él tomándolos consigo y retirándose con ellos aparte, se retiraron a un lugar determinado en el desierto, del territorio de Betsaida.
Y después de un tiempo, lo cual sabido por los pueblos, se fueron tras Él.
Y los recibió con amor, y les hablaba del Reino de Dios, y daba salud a los que carecían de ella.
Tanta fue la gente que se acercaba a ellos, que un día al caer el día, se acercaron los doce Apóstoles y le dijeron:
- Maestro, ¿no sería conveniente que despidieras ya a estas gentes para que fueran a buscar alojamiento, y hallen qué comer en las villas y aldeas de los alrededores, pues aquí estamos en un desierto y poco tenemos para ofrecer y aliviar sus necesidades?
Y Jesús el Señor les dijo:
- Dadles vosotros de comer.
Y ellos le replicaron:
- Pero no tenemos más que 5 panes y 2 peces; a no ser que quieras que vayamos nosotros a comprar víveres para toda esta gente.
Y la gente eran unos 5.000.
Entonces el Señor reunió a todos sus discípulos y les dijo:
- Organizadlos y hacedlos sentar por cuadrillas de cincuenta en cincuenta.
Y así lo hicieron, y los hicieron sentar a todos.
Y tomando el Señor los 5 panes y los dos peces, levantó su mirada hacia el cielo, y durante un tiempo permaneció meditando y en intensa oración, después los bendijo, los fue partiendo y los distribuyó a sus discípulos, para que los sirviesen a la gente.
Y todos comieron, y se saciaron. Y con lo que sobró se llenaron 12 cestos de pedazos para otro momento de necesidad.
Confesión de Pedro, y primera predicción de la Pasión.
Un día sucedió que, habiéndose retirado para hacer oración, y teniendo consigo a sus discípulos, les preguntó:
- ¿Quién dicen las gentes que yo soy?
Ellos le respondieron, y dijeron:
- Muchos dicen que Juan el que bautizaba. Otros que Elías; y otros que uno de los antiguos profetas que ha resucitado.
- ¿Y vosotros quién decís que soy yo?
Y Simón, al que llamó Pedro, respondió:
- Tú eres el Cristo, el Ungido por Dios, que has venido a Jesús para nuestra salvación.
Entonces, Él les advirtió con amenazas de que todo podría peligrar, de que no le dijeran a nadie eso.
Y añadió:
- Os hago esta advertencia porque conviene que el Hijo del hombre padezca de muchos tormentos y sea condenado por los ancianos, y los príncipes de los sacerdotes, y los escribas, y sea masacrado, y resucite más tarde en el día tercero.
También os digo que si alguno de vosotros quiere venir donde yo voy y tener parte de mi gloria, debe renunciar a sí mismo, llevar la cruz cada día y seguirme, pues quien quiera salvar su Vida abandonándome a mi, la perderá, mientras que por el contrario, el que perdiere su Vida por amor hacia mí, la pondrá en salvo.
Porque yo os pregunto, ¿qué adelanta el hombre con ganar todo el mundo, si es a costa suya, y perdiéndose a sí mismo?, porque aquel que se avergonzase de mí y de mis palabras, de ese tal, se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en refulgente majestad, y en la de su Padre, y la de Sus Santos Mensajeros.
Os aseguro en verdad que algunos hay aquí presentes que no morirán sin que hayan visto cómo es el Reino de Dios, cómo son sus Ángeles Mensajeros y cómo viven.
Transfiguración de Jesùs.
Y ocurrió que 8 días después de dichas estas palabras llamó para que le acompañasen a Pedro, y a Santiago, y a Juan, y con ellos subió a un monte a orar.
Tal era el estado de oración que mientras estaba orando su semblante cambio totalmente apareciendo diferente al que conocían y sus ropas se volvieron blancas, luminosas y refulgentes.
Y vieron como aparecían junto a Él dos extraños personajes que conversaban con Él, y los cuáles supieron después que eran Moisés y Elías.
Aparecieron de forma gloriosa, luminosos, y escucharon cómo hablando con Él le referían de cómo sería su salida de este mundo, la cuál sucedería en Jerusalén.
Pedro, Santiago y Juan estaban envueltos en un ambiente tan celestial que parecían estar durmiendo y soñando al tiempo.
Entonces, reaccionando, fueron testigos plenos de la gloria luminosa de Jesús y de los dos extraños personajes que le acompañaban, y como vieron que se disponían a despedirse de Él, díjole Pedro:
- Maestro, estamos tan bien aquí.
Si quieres haremos tres tiendas o pabellones, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Y mientras estaba diciendo esto, se formó una nube luminosa y entonces quedaron sobrecogidos por el temor.
Y de la luminosa nube salió una voz que les dijo:
- ESTE ES MI HIJO, EL ELEGIDO, ESCUCHADLE.
Y mientras oían esta voz los dos extraños acompañantes desaparecieron viendo entonces a Jesús solo, y ellos quedaron en silencio, y por consejo de Él no dijeron entonces nada de lo que habían tenido la dicha de ver.
Curación de un endemoniado.
Al día siguiente, cuando descendían del monte, les salió a su encuentro una enorme cantidad de gentes, y en medio de ellas un hombre, clamó:
- Maestro, mira, te ruego, que mires con ojos de piedad a mi hijo, que es el único que tengo, pues un espíritu maligno le toma, y de repente le hace dar alaridos, y le tira contra el suelo, y le agita con violentas convulsiones hasta hacerle arrojar espuma, y con dificultad se aparta de él después de magullarle.
He rogado a tus discípulos que le echen, más no han podido,
El Señor, tomando la palabra, dijo:
- ¡Oh generación incrédula y perversa!, ¿hasta cuando he de estar con vosotros, y sufriros? Trae aquí a tu hijo.
Y al acercarse el chico al Maestro, le tiró el demonio contra el suelo, y le maltrataba, pero el Señor Jesús, habiendo increpado al espíritu inmundo, curó al mozo, y lo devolvió a su padre, ante lo cual todos quedaban maravillados del Gran Poder de Dios que brillaba en Jesús.
Segunda predicción de la Pasión.
…Y mientras que todo el mundo no cesaba de admirar las cosas que hacía, Él dijo a sus discípulos:
- Grabad bien en vuestro corazón lo que voy a deciros: El Hijo del hombre, Jesús, está a punto de ser entregado en manos de los hombres.
Pero ellos no entendieron este lenguaje, y les era tan oscuro el sentido de estas palabras, que nada comprendieron, ni tuvieron valor de preguntarle sobre lo que significaba.
Disputa de los discípulos por la supremacía.
Y les vino al pensamiento cuál de ellos seria el mayor.
Jesús leyendo sus pensamientos y la naturaleza de estos, tomo de la mano a un niño, como símbolo de humildad y sencillez, y le puso junto a él, y entonces mientras ellos observaban atentos el gesto del Señor, les dijo:
- Cualquiera que acogiere a este niño por amor mío, a mí me acoge, y cualquiera que me acogiere a mi, acoge a Aquel que me ha enviado.
Así que os digo que, aquel que es y se tiene por el menor entre vosotros, es el mayor en el Reino de los Cielos porque de esta naturaleza es la Ley que gobierna a todos los Mensajeros del Cielo, a todos los Ángeles del Señor.
Juan, entonces, tomando la palabra, dijo:
- Maestro, hemos visto a uno echar demonios en tu nombre pero se lo hemos recriminado porque este no anda con nosotros, ni va tras de ti.
Entonces el Señor, mirando profundamente a los ojos de Juan, el que se le llamaría el predilecto del Maestro, le dijo:
- No debéis prohibírselo, porque quien no esta contra vosotros en las obras que realiza, con vosotros esta.
TERCERA PARTE-.