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viernes, 29 de abril de 2011

Tercera Parte-. Parábolas de Valores Eternos-. Visitación de las Tierras-.

  Camino de Jerusalem.  
         

                                                    
Se acercaba el tiempo en el que Jesús debería salir del mundo, cuando se puso de camino, con determinación en su semblante para ir a Jerusalén a completar su misión y consumar su sacrificio.

Y conociendo y sabiendo, mando a algunos de sus discípulos delante de Él para anunciar su venida a Jerusalén, los cuales habiendo partido, entraron en una ciudad de samaritanos a prepararle hospedaje.

Más allí no quisieron recibirlo, porque conocían, por su aspecto, que se dirigían a Jerusalén.

Sus discípulos Santiago y Juan viendo esta actitud de los samaritanos le dijeron al Señor:

- Señor, ¿quieres que mandemos que llueva fuego del cielo y los devore?

Jesús, el Señor, volviéndose hacia ellos los reprendió, diciéndoles:

- ¡¿No sabéis a que Espíritu pertenecéis?!

El Hijo del hombre no ha venido para perder a los hombres, sino para salvarlos.
Y dicho esto, se marcharon a otra aldea.
                                    


 

                                                 
Mientras iban recorriendo su camino, hubo un hombre que le dijo:

-  Señor, yo te seguiré adondequiera que tú fueses.

Pero Él le respondió:

- Escucha, las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo nidos, pero entiende que el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.

En otra ocasión, a otro, Él le dijo:

- Sígueme.

Y éste le respondió:

- Sí mi Señor, pero permíteme que vaya antes a dar sepultura a mi padre que ha muerto.

Entonces Jesús le replicó:

- Deja tú a los “muertos” el cuidado de sepultar a sus muertos, pero tú que has sido llamado desde lo alto, ve y anuncia el Reino de los Cielos, el Reino de Dios.

Otro le dijo en otro momento:

- Yo quiero seguirte Señor, y lo haré, pero déjame que antes vaya a despedirme de los de mi casa.

Respondióle el Señor:

- Nadie, que después de haber puesto su mano sobre el “arado”, vuelve los ojos atrás, es apto para el Reino de Dios.

                       

      

                                                                
Después de todo esto, y por el Santo Espíritu que lo alimentaba con Su Celestial Sabiduría, Jesús, viendo que eran muchos los que le seguían de corazón, eligió otros 72 discípulos, a los que envió delante de Él, de dos en dos, por todas las ciudades, y lugares adonde debía de ir Él mismo.

Y les dijo:

- La mies en verdad es mucha, pero los trabajadores son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe más obreros a su mies.

Vosotros, que hoy os he elegido, os envío a predicar con la Palabra del Cielo y con las Buenas obras como corderos entre los lobos.
Como les dije a los otros, os digo a vosotros:
No llevéis bolsillo, ni alforja, ni calzado, ni os paréis a saludar a nadie por el camino.

Allí donde seáis bien recibidos entrad, y decid antes de nada: La Paz del Cielo sea siempre en esta casa; puesto que si en ella hubiese algún hijo de la Paz, descansará vuestra Paz sobre él, y donde no fuera así, se volverá a vosotros.

Y perseverad en aquella misma casa que sois bien recibidos, comiendo y bebiendo de lo que tengan y ofrezcan, pues el que trabaja con Buenas obras, merece su recompensa.

En cualquier ciudad que entraréis, y os hospedaran, comed lo que os ofrecieran, y curad a los enfermos que en ella hubiera, y decidles luego: “El Reino de Dios está cerca de vosotros, buscad”.

Pero si en la ciudad donde hubiereis entrado no quisieran recibiros, sin temor id a las plazas y decid:

“Hasta el polvo que se nos ha pegado de vuestra ciudad, lo sacudimos, contra vosotros. No obstante tenéis que saber que el Reino de Dios está cercano”.

Id pues que yo os aseguro que Sodoma será tratada en aquel día con menos rigor que la tal ciudad.





Por ello yo he dicho: ¡Ay de ti, ciudad de Corazaín!, ¡Ay de ti, Betsaida!, porque os digo que si en Tiro y Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que hubieran hecho penitencia cubiertas de contrición y yaciendo sobre la ceniza. Por ello Tiro y Sidón serán juzgadas con más clemencia que vosotras.

¡Y tú, oh Cafarnaúm!, que orgullosa te has levantado con grandes edificios hasta el cielo, serás abatida y arrojada a lo profundo del infierno.

Sabed que el que os escucha de corazón a vosotros, me escucha a mí, y el que os desprecia de corazón, me desprecia a mí, y quien a mí me desprecia, desprecia a Aquel que me ha enviado a vosotros.

Id pues, con la Paz y la Sabiduría de los Santos Espíritus, en cada uno de vosotros.




Y llegó el tiempo en el que los 72 discípulos regresaron, y lo hicieron llenos de gozo. Mucho hablaron con el Señor de todas sus experiencias y vicisitudes, y también diciendo:

- Señor, hasta los demonios mismos se sujetan a nosotros por la Virtud de tu nombre, y las facultades que nos has donado.

Y el Señor, en su regocijo les contestó:

- Yo estaba viendo a Satanás caer del cielo como un relámpago, cada vez que vosotros obrabais en nombre mío.

Habéis visto que os he dado potestad superior de hollar serpientes, y escorpiones, y todo el poder del enemigo, de suerte que nada podrá haceros daño.

Pero con todo esto no debéis de gozaros porque se os rinden los inmundos espíritus, sino que gozaros porque vuestros nombres están escritos en los cielos por vuestras obras.

Y el gozo que mostró Jesús era muy grande, extraordinario, y el Espíritu Santo se gozo de su gozo, y entonces dijo con voz poderosa:

- Padre mío, yo te alabo, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has protegido estas cosas a los sabios y prudentes del siglo, y sin embargo las has revelado a los humildes y pequeñuelos.

Así es, ¡oh Padre mío!, porque así ha sido su Soberana Voluntad.

El Padre mío, ha puesto en mi mano todas las cosas, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; igualmente que nadie conoce quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo mismo quiere revelárselo.

 Mientras esto decía mirando a lo Alto, caminaba y en un momento vuelto a sus discípulos, dijo:

- Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros podéis ver, porque os aseguro que muchos profetas y seres desearon ver lo que  vosotros veis, y no lo vieron; como también oír las cosas que vosotros oís, y no las oyeron.





Estando en una ocasión JesúsCristo hablando, he aquí que se levantó un doctor de la Ley y díjoles a los que allí estaban con la intención de tentarles:

- Maestro, ¿qué debo de hacer yo para conseguir la vida eterna?

Jesús clavó su mirada en sus ojos y le dijo:

- ¿Qué es lo que se halla escrito en la Ley? ¿Qué es lo que en ella tú lees?

El doctor de la Ley contestó:

- Pone: “Amarás al Señor Dios tuyo con todo el corazón, y con toda tu Alma, así como con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo lo amarás como a ti te gustara que fueras amado.

Le replicó entonces Jesús:

- Bien has contestado.
Haz pues eso y vivirás.

Más el doctor de la Ley queriendo justificarse en su sabiduría le preguntó a Jesús:

- ¿Y quién, según tú, es mi prójimo?

Nuevamente Jesús clavando su mirada en los ojos del doctor de la Ley, se levantó y le dijo:

- Escucha esto:

Un día bajaba un hombre desde Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones que le despojaron de todo, y le cubrieron de agresiones y heridas, y después se marcharon, dejándole medio muerto.

Y por el mismo camino bajó un sacerdote, un doctor de la Ley, y aunque le vio, pasó de largo sin saber qué es lo que le pasaba a ese  hombre.

Igualmente bajaba por ese camino un levita, y a pesar que se halló cercano al lugar donde yacía el hombre, le miró, y tiró adelante.

Pero un samaritano que iba de viaje llegóse a donde el hombre estaba, y viéndolo, su compasión se movió.

Y, arrimándose, vendó sus heridas, bañándolas con aceite y vino para que sanaran antes, y subiéndole a la montura de su caballo, lo condujo al mesón más cercano, y cuidó de él.

Al día siguiente sacó dos denarios de plata, y se los dio al mesonero, diciéndole: “Cuídame a este hombre, hasta que sane y todo lo que gastares de más, yo, no te preocupes por ello te lo abonaré cuando regrese a mi vuelta”.

¿Quién, según tú, de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

Y el doctor de la Ley le respondió:

-          Aquel último, que uso con él su misericordia.

-          Pues anda, y haz tú otro tanto.
 Le respondió Jesús.





Prosiguiendo Jesús su viaje a Jerusalén, entró en cierta aldea, donde una mujer, por nombre Marta, le dio hospedaje en su propia casa.

Tenía esta una hermana de nombre María, la cual, sentada también a los pies del Señor, escuchaba Su Divina Palabra.

Mientras tanto Marta andaba muy afanada en disponer que todo lo que era menester estuviera bien, por lo cual se presentó a Jesús y le dijo:

- Señor, ¿no reparas que mi hermana me ha dejado sola en las faenas de la casa? Dile pues que me ayude.

Pero el Señor le respondió de esta forma:

- Marta, Marta, tu te acongojas por muchas cosas y afanas por muchas cosas, y lo cierto es que tan solo una cosa es necesaria, que es la salvación eterna.

¿Ves? María ha escogido la mejor opción, de la que jamás será privada.



Un día junto a los discípulos y mucha gente que les siguió, estando Jesús orando en cierto lugar, acabada la oración, le dijo uno de sus discípulos:

- Señor, enséñanos también a orar, como enseño también Juan a sus discípulos.

Y Jesús le respondió:

-          Cuando os pongáis a orar, tenéis que decir, antes de nada:

“Padre, sea santificado tu nombre.

Venga a nosotros tu Reino.

El Pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestros pecados, puesto que nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Y no nos dejes caer en la tentación que nos llegue”.

También os digo que si alguno de vosotros tuviere un amigo y fuese a media noche y le dijese: “Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa, y no tengo nada que darle; aunque aquél, desde dentro le contestara: “No me molestes, la puerta está cerrada, y mis criados están como yo, acostados, no puedo levantarme a dártelos.

Pues os digo, que si el otro insiste en llamar y mas llamar, os seguro que, aunque no se levantare a dárselos por causa de su amistad, es muy probable que al menos por librarse de su impertinencia se levantará al fin, y le dará cuántos fuera menester.

Pues así con este ejemplo os digo yo:

Pedid, y se os dará.

Buscad, y hallaréis.

Llamad, y se os abrirá.

Porque todo aquel que pide por otro, recibe, y quien busca para merito de otro, halla y al que llama por causa de otro, se le abrirá.

O es que, si entre vosotros un hijo pide pan a su padre ¿acaso le dará éste una piedra?, 

o si le pide un pez, ¿le dará en lugar de un pez una serpiente?, 

o pidiéndole un huevo, ¿por ventura le dará un escorpión o un alacrán?...

Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto mas vuestro Padre que está arriba en los Cielos dará el Espíritu Bueno a los que se lo piden!

Pasado un tiempo estaba Jesús expulsando un demonio, el cual era mudo, y asi que lo hubo expulsado del hombre donde estaba, este hombre comenzó a hablar, y todas las gentes quedaron muy admiradas.

Más no faltaron algunos que dijeron:

- Es por arte de Belcebú, príncipe de los demonios, que puede expulsar los demonios.

Y otros, por tentarle, le decían:

- Haz que podamos ver algún prodigio en el cielo.

Pero JesúsCristo, penetrando en la naturaleza de sus pensamientos, les dijo:

- Todo reino dividido en partidos contrarios quedará destruido, y una casa dividida en facciones os aseguro que camina hacia la ruina.

Si, pues, Satanás está también dividido contra sí mimo, ¿cómo ha de subsistir su reino?

Y ya que vosotros decís que yo expulso los demonios por arte de Belcebú, ¿por virtud de quién los expulsan vuestros hijos?

Por ello os digo que vuestros hijos serán vuestros jueces.

Pero ya que yo expulso los demonios gracias al “dedo de Dios”, es evidente que ha llegado ya el Reino de Dios a vosotros.

Cuando un hombre valiente y bien armado guarda la entrada de su casa, todas las cosas están seguras., pero si otro más valiente que él asaltándole le vence, le desarmará de todos sus arneses, en los que tanto confiaba, y repartirá sus despojos por doquier.

Mirando detenidamente a todos los que le habían intentado provocar, añadió:

- Quien no está conmigo, está contra mí, y quien no recoge según yo muestro, desparrama.



Cuando un espíritu inmundo ha salido de un hombre, yo os confirmo que se va a “otros lugares” áridos, buscando donde reposar a sus anchas, y si no lo halla, dice: “Me volveré a la “casa” de donde salí”.

Y viniendo a ella, la encuentra barrida y bien  amueblada, y es entonces cuando va, y toma consigo a otros siete espíritus peores que él, y, entrando en la “casa”, establecen en ella su morada.

Con lo que el estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero.

Y estando diciendo estas cosas, he aquí que una mujer, levantando con pasión la voz, en medio de todo el pueblo, hijo:

- Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.

Pero Jesús respondió:

- Bienaventurados son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.







Ya que llegaban grandes cantidades de turbas a oírle, comenzó a decir:

- Esta raza de hombres es una perversa raza; ellos piden un prodigio y yo digo que no se les dará otro prodigio que el del profeta Jonás, que fue raptado en el mar por un “extraño pez submarino”, y al igual que Jonás fue una señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre lo será para los de esta nación infiel e incrédula.

Con esta “señal de Jonás” la Reina del Mediodía se levantará en el día que llegue el juicio contra los hombres de esta nación, y los condenará, por cuanto que ella vino del otro extremo del mundo a escuchar la sabiduría de Salomón, y he aquí uno superior a Salomón.

Los habitantes de Nínive, comparecerán también en el día del juicio contra esta nación y la condenarán, por cuanto que ellos hicieron penitencia a la predicación de Jonás, y veis como aquí se desprecian las palabras de uno que es superior a Jonás.

Oíd bien.

Nadie enciende un candil para ponerlo en un lugar escondido, ni debajo de un celemín, sino sobre un candelero, para que los que entran vean y tengan la luz.

Mirándolos prosiguió:

- Candiles de vuestro cuerpo son vuestros ojos.

Si vuestros ojos fueran puros, todo vuestro cuerpo será alumbrado, pero, si vuestro ojo fuere malo, también vuestro cuerpo estará lleno de tinieblas.

Cuidad bien pues, de que la luz que hay en vosotros no sea convertida en tinieblas, porque si vuestro cuerpo estuviese todo iluminado, sin tener parte alguna oscura, todo lo demás será luminoso y como antorcha luciente te alumbrará vuestro camino por el mundo.





Tan pronto acabó de decir esto, un fariseo le convidó a comer en su casa, y Jesús que accedió a ello, entrando en la casa se sentó a la mesa.

Entonces el fariseo que estaba discurriendo consigo mismo, pensó:

- ¿Por qué no se ha lavado antes de disponerse a comer?

Y el Señor respondió:

- Vosotros ¡oh fariseos!, tenéis gran cuidado en limpiar el exterior de las copas y de los platos, pero el interior de vuestro corazón está sucio, lleno de rapiña y de maldad.

¿Cómo sois tan necios? ¿No habéis aún aprendido que quien hizo lo de afuera hizo asimismo lo de adentro?

Ante todo, dad limosna de lo que es vuestro y os sobra, y con eso según vosotros todas las cosas estarán limpias.

Más ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierba buena, de la ruda y de toda suerte de legumbres, y no hacéis caso de la Justicia y de la Caridad que Dios enseña!
Estas son las cosas que debéis de practicar, sin omitir aquéllas.

¡Ay de vosotros fariseos,
 que gustáis de tener  siempre los primeros puestos, y los asientos mejores en las sinagogas, y ser saludados frente a todos!

¡Ay de vosotros, que sois como los “sepulcros que están encubiertos”, y que son desconocidos por los hombres que pasan por encima de ellos!





Entonces uno de los doctores de la Ley le dijo:

- Maestro, hablando así, también nos afrentas a nosotros.

Y Él les respondió:

- ¡Ay de vosotros también, doctores de la Ley, porque echáis sobre los hombres cargas que no pueden soportar, y vosotros, ni con la punta de un dedo las tocáis!

¡Ay de vosotros que fabricáis mausoleos a los profetas, después que vuestros mismos padres fueron quienes los mataron!

En verdad dais a conocer que aprobáis los atentados de vuestros padres, porque si ellos los mataron, vosotros edificáis sus sepulcros.

Por eso dictó también la Sabiduría de Dios:

 “Yo les enviaré mis profetas y sus apóstoles, y matarán a unos, y perseguirán a los otros”.

Para que a esta nación se le pida cuenta de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo hasta hoy, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, matado entre el altar y el templo, yo os digo:

A esta raza de hombres se le pedirá de ello cuanta rigurosa.

¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, que os habéis reservado la llave de la ciencia!, ¡porque vosotros mismos no habéis entrado, y  a los que iban a entrar se lo habéis impedido!

Diciéndoles todas estas cosas, irritados los fariseos y los doctores de la Ley empezaron a contradecirle fuertemente, y a pretender taparle la boca de muchas maneras, armándole emboscadas, buscando de sonsacarle alguna palabra de la cual poder acusarle.





Mientras tanto, habiéndose juntado alrededor de Jesús muchísima gente, tanta que se atropellaban unos con otros, comenzó a decir a sus discípulos:

- Vosotros protegeros de la levadura de los fariseos, que no es otra que la hipocresía.
Aunque cierto es que no hay nada tan escondido que no se haya de manifestar y descubrir, ni tan secreto que finalmente no se sepa.

Así pues que lo que dijisteis a oscuras y privadamente se dirá a la luz del día, y lo que hablaseis al oído en las alcobas se pregonará sobre los tejados.

A vosotros, que sois mis amigos, os digo yo ahora:

No tengáis miedo de los que matan al cuerpo, porque hecho esto ya no pueden hacer más.
Yo quiero mostraros a quién debéis de temer.

Temed, sí, a aquel que después de quitaros la Vida, puede arrojar al infierno; a éste es, os repito, a quien habéis de temer.

¿No es verdad que 5 pajarillos se venden por 2 ases, y con todo ello ni tan solo uno es olvidado de Dios?, pues por esto os digo que hasta los pelos de los cabellos de vuestras cabezas están todos contados. Por tanto no tenéis que temer que Dios os olvide, porque valéis más vosotros que muchos pajarillos.

Os digo que: 

Cualquiera que se confesare delante de los hombres, también el Hijo del hombre lo confesará delante de los Ángeles de Dios.

Al contrario de quien negare ante los hombres, puesto que será negado ante los Ángeles de Dios.

Si alguno habla contra el Hijo del hombre no  conociendo su Divinidad, este pecado se le perdonará, pero no habrá perdón para quien blasfemase contra el Espíritu Santo.

Cuando os conduzcan a las sinagogas, y os quieran juzgar ante los magistrados y potestades de la tierra, no tengáis cuidado de qué y cómo habéis de responder o alegar en ese momento, porque el Santo Espíritu os enseñará en aquel mismo instante lo que debéis decir.





Entonces, uno que estaba presente entre tanto auditorio, le dijo:

- Maestro, dile a mi hermano que me dé la parte que me toca de la herencia.

Y el Señor Jesús le respondió:

- ¡Oh hombre!, ¿quién me ha constituido a mi como juez y repartidor entre vosotros?

Estad alerta, y guardaos de toda avaricia, puesto que no depende la vida del hombre de la abundancia de los bienes que él posee.

Escuchad:

Un hombre rico tuvo una extraordinaria cosecha de frutos en su heredad.

Discurría para consigo, diciendo: “¿Qué haré, que no tengo sitio capaz de contener tantos frutos?"

Al final se dijo: 
“Ya se lo que hacer. Derribaré mis graneros, y construiré otros mayores, donde almacenaré todos mis productos y mis bienes, con lo que diré a mi Alma: “¡Oh Alma mía!, ya tienes muchos bienes de repuesto para muchísimos años. Ahora descansa, come y bebe, y date buena vida”.

Y en ese mismo momento le dijo Dios: ¡Insensato, esta misma noche han de exigir de ti la entrega de tu Alma! ¿De quién será cuanto has almacenado?

Esto es lo que sucede, al que atesora para sí, y no es rico para con Dios.







Por eso os digo a vosotros precisamente:

No andéis preocupados en orden a vuestra vida, sobre lo que comeréis, y en orden a vuestro cuerpo, sobre qué vestiréis.

Importa más la Vida que la comida, y el cuerpo que el vestido.

Reparar en los cuervos y ved como ellos no siembran, ni siegan, no tienen despensa, ni granero, y sin embargo, Dios los alimenta.

Entonces, ¡cuánto más proveerá por vosotros que valéis más!

Y además, por otra parte, ¿quién de vosotros, por mucho que discurra, puede añadir a su estatura un solo codo?

Pues, si ni aún para las cosas más pequeñas tenéis Poder, ¿qué fin tiene inquietaros por las demás?

Contemplad los lirios cómo crecen y florecen. Ellos no trabajan, ni tampoco hilan, y a pesar de ello, os digo que ni Salomón con  toda su magnificencia estuvo jamás vestido como una de estas flores.

Pues si a una hierba que hoy está en el campo, y mañana se echa en el horno, Dios con su providencia así la viste, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poquísima fe!

Así que atended y no estéis acongojados cuando buscáis de comer o beber, ni tengáis suspenso e inquieto vuestro ánimo y vuestra paz interior.

Realmente son los paganos, las gentes que viven de acuerdo al mal sistema instaurado en el mundo los que se van afanando sobre todas estas cosas.

Y os digo que, vuestro Padre sabe muy bien que de ellas necesitáis, por tanto buscad primero el Reino de Dios, y Su Justicia, que todo lo demás se os dará por añadidura.

Vosotros que sois “mi pequeñito rebaño”, no tenéis que temer, porque ha sido del agrado de vuestro Padre Celestial daros el Reino Eterno.

Vended, más bien, lo que poseéis y dad limosna.
Haceros unas “bolsas” que no se echen a perder, y de esta manera tendréis un “tesoro” que se observará bien en el cielo y que jamás  se agota, y os aseguro que allí, jamás llegan los “ladrones”, no los roerá la polilla.

Porque donde está vuestro “tesoro” también debe estar vuestro “corazón”.

Estad pues con vuestra ropas siempre preparadas y ceñidas, y tener en vuestra manos la “luces ya encendidas” preparados para servir a vuestro Señor y para cuando llegue el día en el que Él os reclame a su presencia.

Sed semejantes a los criados que aguardan a su amo cuando vuelve de las bodas, a fin de abrirle con prontitud, cuando llegue y llame a la puerta.

Dichosos aquellos “siervos” a los cuales el “amo” al venir los encuentra así velando; en verdad os digo que, arregazándose el su vestimenta, los invitará a sentarse con él a su mesa, y él mismo se pondrá a servirles.

Y si el “amo” viniendo por segunda vez, o por tercera, y los halla así igualmente preparados, vestidos y con la Luz encendida, dichosos y superiores son tales “criados”.

Tened esto muy presente por que es cierto que, si el padre de familias supiera a qué hora había de venir el ladrón, estaría ciertamente velando y vigilando, y no dejaría que le asaltasen y forzasen su casa.

Así pues, vosotros, estad siempre prevenidos, porque a la hora que menos pensáis retornará el Hijo del hombre.






Estando ya en un sitio discreto y recogido, y con los de su misma condición, seguían hablando celosamente de todas estas cosas que abrían de suceder, y venir.

Entonces, Pedro, le preguntó:

- Señor, ¿has dicho por nosotros esta parábola, o la dices por todos?

A lo que el Señor le respondió:

- ¿Quién piensas que es sino un “criado vigilante” sino aquel administrador fiel y prudente, respetuoso con la Ley de su “amo” y Su Justicia, a quien su “amo” constituyó como mayordomo de Su “familia”, para distribuir sabia y justamente a cada uno a su tiempo y medida el “trigo” o “alimento” correspondiente?

Dichoso es un “siervo” tal, si su “amo” cuando  regrese lo encuentra realizando tan sabiamente su deber.

En verdad, observándolo cómo se afana en ello, le dará la superintendencia de todos sus “bienes”.

Pero si tal “criado” dijere en su corazón: “Mi amo no piensa en venir tan pronto puedo dejar esto para otro día”, y comenzara a maltratar a los criados dependientes de él y también a las criadas, y a comer y a beber hasta embriagarse, regresará el “amo” de tal “siervo” en el día que menos lo espera, y en la “hora” que el siervo no sabe, lo echará de su “casa” y le dará el “pago” que corresponde a los “criados infieles”.

De manera que aquel “siervo” que habiendo conocido la Justa Voluntad de su “amo”, no puso en orden las cosas, ni se portó conforme  quería su señor, recibirá muchos “azotes”. Más aquél “siervo” que sin conocerla, hizo cosas que de por sí merecen “castigo” será menor el éste, porque el “amo” pedirá cuenta de mucho a aquel a quien mucho se le entregó, y a quien se le han confiado muchas más cosas, muchas más cuentas le serán pedidas, cuando el “amo” regrese de su partida.






Amigos míos, mis allegados, escuchad.

Sabed que yo he venido a poner un determinado “fuego” en la Tierra, ¿y qué he de querer, sino que arda?

Con un bautismo de sangre he de ser yo bautizado. ¡Y cómo tengo yo mi corazón en vilo, mientras que no lo vea cumplido!

¿Pensáis que yo he venido a poner paz en la Tierra?...

No, sino separación, y así en confianza os lo declaro.

Tanto es así que desde ahora en adelante habrá en una misma casa cinco, entre ellos desunidos tres contra dos y dos contra tres.

El padre estará contra el hijo, y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.





En viendo una nube que se levanta del ocaso, al instante, como conocéis ya su naturaleza y condición decís: “Tempestad tendremos”.

Y así ocurre.

Y cuando veis que sopla el aire de mediodía, decís: “Hará mucho calor”.

Y lo hace.

¡No seáis pues hipócritas!, pues si sabéis pronosticar por los diferentes aspectos del cielo y de la tierra, ¿cómo no conoceréis el tiempo del Mesías?, o ¿cómo, por lo que pasa en vosotros mismos, no discernís lo que es justo?

Cuando por ventura debéis junto a un contrario querellaros frente al magistrado, haced en el camino todo lo posible por solucionar justamente la querella con él, no sea que por fuerza os lleve al juez, y el juez os entregue al alguacil, y el alguacil os meta en la cárcel, porque yo os aseguro que si os meten en ella, no saldréis hasta que hayáis saldado hasta el último céntimo.






Nada más terminar de decir esto, llegaron algunos, y contaron a JesúsCristo, lo que había sucedido a unos galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de los sacrificios que ellos ofrecían.

Después de escuchar con atención, dijo el Señor:

- ¿Pensáis que aquellos galileos eran entre todos los demás de Galilea los mayores pecadores porque fueron castigados de esa forma?

Yo os aseguro que no; y entended bien que si vosotros no hicierais penitencia, renunciando a todo aquello que os es contraproducente, todos pereceréis igualmente.

Como también ocurrió con aquellos 18 hombres sobre los cuales cayó la Torre de Siloé, y los mató. ¿Acaso pensáis que fuesen los más culpados de todos los moradores de Jerusalén?

Yo os confirmó que no, más si vosotros no hiciereis la necesaria penitencia, todos pereceréis igualmente.






Escuchad lo que os voy a decir:

“Un señor, tenía plantada una higuera en una viña de su propiedad, y llegó un día en el que regresó a ella en busca de fruto, y no lo halló.

Por ello el señor dijo a su viñador:

- “Ya ves que hace tres años seguidos que vengo a buscar el fruto de esta higuera y no lo hallo.
Debo de decirte que la cortes, porque ¿para qué ha de ocupar terreno inútilmente?”

Pero su viñador le respondió:

-  “Señor, déjala aún este año, y cavaré alrededor de ella, y le echaré estiércol, a ver si así dará fruto, y si ayudándola vieras que no lo da, entonces, la harás cortar”.

Y el señor, viendo tanta misericordia por parte de su viñador hacia la higuera, consintió.






Luego de un tiempo, un sábado en el que Jesús, el Señor, enseñaba en la sinagoga, he aquí que vino hasta allí una mujer que por espacio de 18 años sufría una enfermedad provocada por un espíritu maligno, y éste la obligaba de tal condición que la mujer caminaba totalmente encorvada, sin poder mirar en ningún momento hacia arriba.

Jesús, al verla, la llamó hacía sí, y cuando estuvo a su lado, mirándola con compasión, le dijo:

- Mujer, yo le libero. Libre quedas de tu achaque.

Puso sobre ellas las manos, y se enderezó al momento, como si de encima de ella se quitara una gran carga que la mantenía doblada.

Ella, después de esto, comenzó a dar gracias y alabanzas a Dios, por haber mandado entre ellos a su Hijo.

El jefe de los doctores de la sinagoga, indignado de que Jesús realizara esta cura en sábado, dijo al pueblo que allí se había reunido y que había visto tal milagro:

- Seis días hay destinados al trabajo; en esos días son en los que podéis venir a ser curados, y no en el día del sábado.

Mas el Señor, dirigiéndole a él la palabra, le dijo con severa mirada.

- ¡Hipócritas!, ¿acaso entre vosotros hay quien no suelte su buey o su asno del pesebre, aunque sea sábado, y los lleva a abrevar y comer?

Entonces, ¿por qué a esta hija de Abraham, quien como veis, ha tenido atada Satanás por espacio de 18 años, no le será permitido desatarla de estos lazos en el día del sábado?

Y ante estas palabras quedaron avergonzados todos los que se oponían a que realizara estas cosas prodigiosas los sábados, y el pueblo se alegraba y complacía de todas sus gloriosas y sublimes obras.






Y añadió el Señor.

- Muchos os preguntáis:

“¿A qué podríamos comparar el Reino de los Cielos, el Reino de Dios, o a qué sería semejante?”

Yo os digo que es semejante a un diminuto grano de mostaza que un día tomó un hombre y lo sembró en su huerta, el cual creciendo, llegó a ser un enorme árbol, en el que las aves del cielo posaban en sus ramas.

Puede compararse a la levadura que una mujer tomó un día y la mezcló junto a tres medidas de harina, hasta que hubo fermentado toda la masa.

Pues en razón de ello os digo que en el Reino de Dios, que es igualmente el Reino de los Cielos, es como ese árbol en el que se refugian los seres que vuelan por los cielos haciendo la voluntad del Creador, y vigilando que la levadura que Dios a mezclado por todas partes de esta Tierra, crezca para que la fermentación de toda ella, produzca una buena masa, para un buen pan.






Siempre caminando estaba el Señor, e iba de una ciudad a otra, y si entre ellas aldeas encontraba, se paraba de una en otra, para llevar la Palabra de Dios, sabiendo que su destino estaba en Jerusalén.

Y uno le preguntó:

-Señor, ¿es verdad que pocos son los que se limpian?

Y Él, en respuesta, dijo a los oyentes:

- Esforzaros a entrar por la, aunque así sea,  estrecha puerta, porque os aseguro que muchos de vosotros buscarán cómo entrar y no podrán.

Ya que después de que el padre de familias haya entrado, y cerrado la puerta, empezaréis, estando vosotros fuera, a llamar a esa estrecha puerta, diciendo:
“Señor, Señor, ábrenos”.

Y Él os contestará:

“Todos los que conozco, están del lado de dentro. Vosotros no se de dónde sois”.

Entonces vosotros alegaréis a favor vuestro:
“Señor, nosotros hemos comido y bebido contigo, y tú predicaste en nuestra plazas”.

Y Él os repetirá:

“No os conozco, ni se de dónde sois. Apartaos lejos de mí todos vosotros, artífices de la maldad”.

En ese momento habrá llanto y rechinar de dientes, cuando veréis a Abraham, y a Isaac, y a Jacob, y a todos los profetas del Reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera.

También vendrán extrañas gentes del extremo de Oriente y del Occidente, del Norte y del Mediodía, y se sentarán a la mesa en el convite del Reino de Dios. Y entonces veréis también que hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.






Ese mismo día vinieron algunos fariseos a decirle:

- Sal de aquí y escóndete a otra parte, porque Herodes quiere matarte.

Y el Señor, les respondió:

- ¿Qué pretendéis?

Andad y decir a ese raposo y falso:

“Se sabedor que todavía he de expulsar demonios, y sanar enfermos en el día de hoy y de mañana, pero dentro de poco se que al tercer día seré finado.

No obstante, así hoy como mañana, y pasado mañana, es preciso y conveniente que yo siga mi camino hasta llegar a la ciudad, porque en  estas tierras no se concibe que un profeta real pierda la vida fuera de Jerusalén.

¡Oh Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados!, ¡cuántas veces quise recoger a tus hijos, de igual manera que el ave cubre su nidada bajo sus alas, y tú no has querido!

¡Pueblo ingrato eres!, y vuestra morada va a quedar desierta.

Y os declaro que ya no me veréis más hasta que llegue el día de mi retorno en el que digáis: “Bendito sea el que viene en nombre del  Señor”.






Un día ocurrió que, entrando Jesús en una casa de uno de los principales fariseos a comer por invitación suya en el día del sábado, el Señor conocía que lo estaban acechando los doctores de la Ley.

Y he aquí que se puso delante de Él un hombre que era un insaciable.

Jesús, que conocía bien la calidad de los pensamientos de los que le rodeaban, se volvió hacia los doctores de la Ley, y les preguntó:

- ¿Es lícito curar en día de sábado?

Mas ellos callaron, y Jesús, habiendo tomado al hidrópico, después de incorporarlo le impuso sus manos, y nada más esto, curó, y le dijo que se marchara a su casa.

Ante la expresión de rechazo y asombro de los doctores de la Ley. Los miró uno a uno, pausadamente y con conmiseración y potencia les dijo:

- ¿Hay alguno entre vosotros que si su asno o su buey cayera a un pozo o cenagal, aun siendo sábado, no lo sacaría evitando que pereciera en él?

E igualmente no respondieron ante esto, porque no querían darle la razón que llevaba.

Entonces comenzaron a sentarse, y viendo Jesús que escogían los lugares privilegiados y los primeros puestos en la mesa, les dijo:

- Os propongo el contaros una cosa:

Mi consejo es que cuando se os convidan a bodas, o celebraciones especiales, es mejor no escoger por uno el mejor sitio, no se que haya quizá otro convidado de más distinción, y acercándose a vosotros el que os convido, os diga: “Deja este sitio para éste que viene conmigo”, y entonces con sonrojo te veas precisado a ponerte el último.

Más bien, cuando fuereis convidados, id a poneros con paz en el alma, los últimos, para que cuando venga el que os convidó, os diga: “Amigo, sube más arriba”, lo cual os acarreará el honor y el reconocimiento ante  los demás, del aprecio que os tiene el que os convidó.

Por ello, os digo que aquel que se ensalza ante Dios, será humillado, y quien se humillara ante Dios, será ensalzado.

Y dirigiéndose al que le había convidado le dijo:

- Tú, cuando das comida, o cena, no convides a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, o vecinos ricos, no sea que también ellos te conviden a ti, y te sirva esto de recompensa; sino que, cuando haces un convite, es mejor convidar a los pobres, y a los tullidos, y a los cojos, y a los ciegos, y así serás afortunado, porque dándoles no podrán corresponderte, y serás recompensado en la resurrección de los Justos.






Oyendo esto uno de los convidados, le dijo:

- ¡Bienaventurado aquel que tendrá parte en el convite del Reino de Dios!

 Más Jesús le respondió:

- Escucha.
Un día un señor dispuso una gran cena, y convidó a mucha, mucha gente, y a la hora de cenar envió un criado a decir a los invitados que viniesen, pues ya todo estaba dispuesto.

Y empezaron todos, como si se hubieran puesto de acuerdo, a excusarse.

El primero le dijo:
“Es que he comprado una granja, y necesito salir a verla. Te ruego que me des por excusado”.

El segundo dijo:
“He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a  probarlas. Dame, te ruego, por excusado”.

Otro dijo: “Acabo de casarme, y así no puedo ir allá”.

Con todo ello, y habiendo vuelto el criado, refirió todo esto a su señor.

Irritado, por la ausencia de presteza, el padre de familias, dijo a su criado:

“Sal, después de un rato, a las plazas y los barrios de la ciudad, e invita a cuantos pobres, y lisiados, y ciegos, y cojos hallares y desearan asistir”.

Al cabo de un tiempo de haber regresado el criado y haber acomodado a todos los que vinieron, le dijo:

“Señor, se ha hecho según mandaste, y aún sobra lugar”.

El amo le dijo:

“Sal a los caminos y cercas,
 e invita a los que  halles por allí a que vengan, para que se llene mi casa, y no sea desaprovechado nada, pues yo te aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados y lo rechazaron han de probar mi cena”.






Con JesúsCristo iban grandes multitudes de gentes, y volviéndose hacia ellas, les dijo:

- Escuchad bien lo que os digo.

Si alguno de los que me siguen y respetan lo que digo, tuvieran madre, padre, mujer, hijos, hermanos y hermanas que no creyeran en aquello que digo; pues bien, si los que me siguen no los aborrecen, o aman menos que a mí a todos ellos, e incluso a su vida misma, no podrán ser mi discípulos.

Y el que no carga con su cruz, no me sigue, tampoco puede ser mi discípulo, porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no echa primero despacio sus cuentas para ver si tiene el caudal necesario con el que acabarla?, y haciendo así, evita que le suceda que, después de haber echado los cimientos, y no pudiendo concluirla. Todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo:

 “Ved ahí a un hombre que comenzó a edificar y no pudo rematar”.

O igualmente, ¿Cuál es el rey que, habiendo de hacer guerra contra otro rey, no considera primero despacio si podrá con 10.000 hombres hacer frente al que con 20.000 viene contra él? Pues viendo que no puede, despachará una embajada, cuando está el otro todavía lejos, para rogarle por la paz.

Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

Mirad, la sal es buena para sazonar, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué podrá sazonarse ella?

Si algo de nada vale ni 
para la tierra, ni para  servir incluso como estiércol, se tira fuera porque es inútil.

Quien tenga oídos para escuchar, escuche.






Solían los publicanos y pecadores acercarse a Jesús para oírle, pues en sus palabras hallaban el consuelo, la comprensión y las soluciones a todas sus carencias, y los fariseos y escribas, murmuraban de esto diciendo:

- Mirad como se familiariza con los pecadores, y come con ellos.

Y el Señor, con su Divino entendimiento, les habló en lenguaje parabólico:

- ¿Quién hay entre vosotros que, teniendo 100 ovejas, y habiendo perdido una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y no va en busca de la que se perdió, hasta encontrarla?

Y en hallándola, se la pondrá sobre los hombros muy gozoso. Y al llegar a casa, convoca a sus amigos y vecinos, diciéndoles:

“Alegraros conmigo, celebrémoslo porque he encontrado la oveja mía, que se me había perdido”.

Pues yo os digo, que de igual manera, habrá más regocijo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por 99 justos que no tienen necesidad de penitencia.







O, ¿qué mujer, teniendo 10 dracmas, si se pierde una, no enciende luz, y barre bien la casa, y lo registra todo, hasta dar con ella?,  y hallándola, convoca a sus amigas y vecinas, diciendo: “alegraos conmigo, que ya he hallado la dracma que había perdido”.

Pues así os digo yo que harán fiesta los Ángeles de Dios, por un pecador que arrepentido haga penitencia de enmienda.






Y añadió también:

- Un hombre tenía dos hijos, de los cuales el más mozo dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca”.

Y el padre repartió entre los dos la hacienda.
No pasaron muchos días que aquel hijo más mozo, recogidas todas sus cosas, se marchó a un país muy remoto, y allí malbarató todo su caudal, viviendo disolutamente.

Después de haberlo gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquel país, y comenzó a padecer necesidad, hasta el punto de ponerse a servir a un morador de aquellas tierras, el cual le envió a trabajar a su granja a guardar cerdos.

Y estando allí en su labor, deseaba con ansia henchir su vientre con las algarrobas y mondaduras que comían los cerdos, tal era su hambre, y nadie se las daba.

Y reaccionando volviendo en sí, dijo:

 “¡Ay! ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo estoy aquí pereciendo de hambre!

Me levantaré e iré a mi
 padre, y le diré: Padre,  pequé contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo, trátame como uno de tus jornaleros”.

Y con esta resolución se puso en camino hacia la casa de su padre.

Estando aún lejos, lo avistó su padre que llegaba en aquel estado, y enterneciéronsele las entrañas y corriendo a su encuentro le echó los brazos al cuello, y le dio mil besos.
Díjole el hijo ante todos:

“Padre mío, yo he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”.

Más el padre por respuesta dijo a sus criados:   
“Rápido, traed aquí después de que se lave el ropaje más preciado que hay en la casa, y ponédselo, ponedle igualmente un anillo en el  dedo, y calzadle las sandalias.

Después traed al ternero más cebado, matadlo y comamos todos, y celebremos un banquete, pues que este hijo mío estaba “muerto” y ha “resucitado”. Habíase perdido, y ha sido hallado”.






Y de esta manera comenzó el banquete.

Hallábase a la sazón el hijo mayor en el campo, y a la vuelta, estando ya cerca de su casa, oyó el concierto de música y bailes, y llamó a uno de sus criados, y le preguntó a qué se debía todo aquello.

Éste le respondió:

“Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado por haberle recobrado en buena salud”.

Al oír esto, el hermano se indignó, y no quería  entrar a celebrarlo.

Salió pues su padre fuera, y empezó a instarle con ruegos a que lo celebrara, pero él replicó, diciendo:

“Es bueno que tanto años hace que te sirvo, sin haberte jamás desobedecido, en cosa alguna que me hayas mandado, y nunca me has dado un cabrito para merendar con mis amigos. Y ahora que ha venido este hijo tuyo, el cual ha consumido su hacienda con meretrices, has hecho matar para él el becerro cebado”.

Respondió su padre.

“Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todos los bienes míos, tuyos son, más ya vez que era muy justo el tener un banquete, y alegrarnos, ya que este tu hermano había “muerto”, y ha “resucitado”, estaba perdido y se ha hallado”.

Decía también Jesús a sus discípulos:

- Érase un hombre rico que tenía un mayordomo, del cual por la voz de otros vino a entender que le había disipado sus bienes.

Le llamó entonces y le dijo:

“¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque de ser así no quiero que cuides en delante de mi hacienda”.

Entonces, el mayordomo pensó para sí:

“¿Qué haré, pues mi amo me quita la administración de sus bienes? Yo no soy bueno para cavar, y para mendigar no tengo cara.

Ya sé lo que tengo que hacer para que, cuando sea removido de mi mayordomía, halle yo personas que me reciban en su casa”.

Llamando, pues, a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero:

“¿Cuánto debes a mi amo?”.

Y éste le respondió:

“Cien barriles de aceite”.

Entonces le dijo el mayordomo:

“Coge tu factura, siéntate, y haz al instante otra de cincuenta”.

Dijo después a otro:

“Y tú, ¿cuánto me debes?”

Y respondió:

“Cien coros de trigo”.

Y le dijo:

“Toma tu factura y escribe ochenta”.

Habiendo llegado esto a conocimiento del amo, alabó a este mayordomo infiel, no por su infidelidad, sino de que hubiese sabido portarse sagazmente, porque los hijos de este signo, amantes del mundo, son en sus negocios más sagaces que los hijos de la luz o del evangelio, en el negocio de su eterna salud interior.

Por esto yo os digo a vosotros:

Sed buenos y justos amigos de vuestros amigos, aunque estos tengan riquezas, que son manantial de iniquidad, para que cuando falleciereis, seáis recibidos en las moradas eternas.

Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y quien es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho.

Si en las falsas riquezas no habéis sido fieles,  ¿quién os dará las verdaderas o las plenas de gracia?, y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién pondrá en vuestra manos lo propio?

Ningún criado puede servir a dos amos, porque o aborrecerá al uno, y amará al otro, o se aficionará al primero, y no hará caso del segundo.

No podéis servir a Dios y al tiempo a las riquezas.







Estaban oyendo todo esto los fariseos, que eran avarientos, y se burlaban de Él.

Más JesúsCristo les dijo:

- Vosotros os tenéis por justos delante de los  hombres, pero Dios conoce el fondo de vuestros corazones, porque os digo que a menudo sucede que lo que parece sublime a los ojos humanos, a los ojos de Dios es abominable.

La Ley y los profetas han durado hasta Juan el que bautizaba; desde ese momento, el Reino de Dios es anunciado y todos se esfuerzan por entrar en él.

Más os digo que es más fácil que perezcan el Cielo y la Tierra, que el que se deje de cumplir un solo ápice de la Ley.

Cualquiera que repudie a su mujer, y se case con otra, comete adulterio y comételo también el que se casa con la repudiada por su marido.






Hubo cierto hombre muy rico que se vestía de púrpura y de lino finísimo, y tenía cada día espléndidos banquetes.
Al tiempo mismo vivía un mendigo, llamado Lázaro, el cual, cubierto de llagas, yacía a la puerta de éste, deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, mas nadie se las daba, sin embargo los perros venían y lamínale las llagas.
Sucedió después de tiempo que dicho mendigo falleció, y fue llevado por los Ángeles al seno de Abraham.
Falleció también el rico, y fue sepultado en el  infierno, y cuando estaba en los tormentos, levantando los ojos vió a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno, y exclamó diciendo:
“Padre mío Abraham, compadécete de mí y envíame a Lázaro para que, mojando la punta de su dedo en agua, me refresque la lengua, pues me abraso en éstas llamas”.

Y Abraham le respondió:
“Hijo, acuérdate que recibiste bienes durante tu estancia en la vida, y Lázaro, al contrario, sufrimientos, y es así que éste, según la Suprema Ley, ahora es consolado, y tú atormentado.
A parte que, entre nosotros y vosotros hay de por medio un abismo insondable, de suerte que los que de aquí quisieran pasar a vosotros, no podrían, ni tampoco de ahí pasar acá”.

Y el rico entonces le dijo:
“Te ruego, ¡oh padre! Que lo envíes a casa de mi padre, donde tengo 5 hermanos, con el fin de que los avise, y no les suceda a ellos, por seguir mi mal ejemplo, lo mismo que a mí y venir a este lugar de tormentos”.

Y Abraham le replicó:
“Ya que tienen a _*Moisés y a los profetas de Dios, ¡que los escuchen!

Y el rico a su vez dijo:
“No basta con esto, ¡oh padre Abraham!, pero si alguno de los fallecidos fuera a ellos, seguro que harán penitencia”.

Abraham le respondió:
“Si a Moisés y a los profetas de Dios no los escuchan, aunque uno de los fallecidos resucite, tampoco le darán credibilidad”.






Un día, dijo el Señor a sus discípulos:

- Imposible es que no sucedan escándalos.

No obstante, ¡ay de aquél que los cause!

Menos mal sería para él que le echasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar, en comparación a que
 él escandalizara a  uno de estos pequeños.

Id pues, con mucho cuidado:

Si tu hermano peca contra ti, repréndele con dulzura y firmeza, y si con sus obras después se arrepiente, perdónalo.

Es más, os digo que si siete veces al día, que ya son muchas veces, te ofendiere, y siete veces al día volviera a ti enmendándose, diciendo: “Me pesa lo que te he hecho”; perdónale siempre.

Entonces, los Apóstoles de dijeron al Señor:

- Auméntanos, pues, la fe que tenemos.

Y el Señor les dijo:

- Si tuvierais fe de un tamaño que fuera como un granito de mostaza, os aseguro que podríais decir a ese moral: “Arráncate de raíz y transplántate en el mar”, y este os obedecería.







¿Quién de vosotros hay que teniendo un criado de labranza, o un pastor, luego de haber vuelto del campo le diga?:

“Ven, ponte a la mesa”.

Y que por el contrario no le diga:

“Disponme la cena. Cíñete y sírveme mientras para que yo coma y beba, que después comerás y beberás tú?

¿Por ventura el amo estará obligado al tal criado ya que éste hizo lo que se le mandó, y por ello le paga?

No, ciertamente.

Pues así también vosotros, después de que hubiereis hecho todas las cosas que se os han mandado, debéis de decir con el corazón:

“Somos, en realidad, siervos inútiles, porque no hemos hecho más de lo que ya teníamos asignado de hacer”.






Caminando Jesús hacia Jerusalén, atravesaba las provincias de Samaria y de Galilea, y estando a punto de entrar en una población le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon a lo lejos, y levantando la voz, dijeron:

- Jesús, maestro nuestro, ten lástima de nosotros.

Luego que Jesús los vio, les dijo:

- Id y mostraros a los sacerdotes.

Y ellos obedeciendo se dirigieron a mostrarse, y por el camino fueron sanados.

Uno de ellos, apenas vio que estaba limpio, volvió atrás, glorificando a Dios a grandes voces, y se postró a los pies de Jesús, con el rostro en la tierra, dándole gracias; y éste era un samaritano.

Jesús entonces dijo:

- ¿Pues no erais diez los curados? ¿Y los otros nueve, dónde están?
No ha habido quien volviese a dar a Dios la gloria que merece, a través mío, sino este extranjero.

Después le dijo:

Levántate, marcha, que tu fe te ha salvado.

Una vez llegado a Jerusalén, fue preguntado por los fariseos:

- ¿Cuándo vendrá, llegará, el Reino de Dios?
Y les dio por respuesta:

- El Reinado de Dios, no ha de venir con muestras aparatosas.
Ni será dicho, “helo aquí o míralo allí”.
Mejor tened en cuenta que el Reino de Dios está en medio de vosotros.

Con motivo de esta ocasión dijo a sus discípulos:

- Tiempo vendrá en que desearéis ver uno de los días del Hijo del hombre, y no le veréis.
En aquellos tiempos os dirán: “Mírale aquí, mírale allí”.

Vosotros no valláis, ni los sigáis, porque os digo yo que como un relámpago que brilla en lo alto y se deja ver desde un extremo del cielo al otro, iluminando magníficamente la atmósfera, así se mostrará y se dejará ver el Hijo del hombre, en ese día que es suyo.

Mas es menester que primero padezca muchos tormentos, y sea despreciado por esta generación tanto él, como todo lo que dice por indicación del Santo Espíritu.

Os anticipo que lo que acaeció en el tiempo de Noé, igualmente acaecerá en el día del regreso del Hijo del hombre.

Ya sabéis que comían y bebían, se casaban y celebraban bodas, hasta el día en que por indicación del Señor, Noé entró en el arca, y sobrevino entonces la catástrofe del diluvio que acabó con todos., excepto los elegidos.

Como también sucedió en los días de Lot.

En Sodoma y Gomorra, comían y bebían, iban de compras y vendían, hacían plantíos y construían casas, pero el día que salió Lot de  Sodoma, por indicación de los Mensajeros Divinos, llovió del cielo un fuego de azufre que abrasó a todos.

Pues así os confirmo que será
 el día en que se  manifestará el Hijo del hombre.

En aquella hora, quien se encuentre en la terraza y tenga cosas dentro de la casa, no entre a cogerlas, e igualmente, quien se encuentre en el campo, no vuelva atrás.

Acordaros de la mujer de Lot, que por esa debilidad fue convertida en estatua de sal.
Por ello os digo que, todo aquel que quisiera salvar su Vida abandonando la fe, la perderá eternamente, y quién la perdiera por defender la fe en la Palabra del Señor, que es la Palabra de Dios, la conservará.

Una cosa os digo con premura:

En aquella oscuridad, dos estarán en un mismo lecho. Uno será liberado, y el otro abandonado.

Dos mujeres estarán moliendo juntas; una será libertada, y la otra abandonada.

Dos hombres estarán en el mismo campo; uno será liberado y el otro abandonado.

Y los discípulos le preguntaron con mucho interés:

- ¿Dónde y cuándo, Señor, sucederá esto?







Y les propuso en respuesta esta parábola, para hacerles ver que es conveniente orar, perseverantemente con las palabras y con las buenas obras, y no desfallecer, diciéndoles:
- En cierta ciudad había un juez que no alimentaba ningún temor hacia Dios, ni tenía respeto alguno por ningún hombre.
Vivía en la misma ciudad una viuda, la cual solía ir a él, diciendo:
“Hazme justicia de mi contrario”.
Más el juez en mucho tiempo no quiso hacérsela, y después dijo para consigo:
“Aunque yo no temo a Dios, ni respeto a hombre alguno, para que me deje en paz esta viuda, le haré justicia, a fin de que no venga tan continuamente a romperme la cabeza”.

Fijaros, lo que este juez inmoral llegó pensar.
Pues si éste siendo como era, hizo lo que hico,  ¿creéis que Dios dejará de hacer Justicia por sus elegidos, que claman a Él tanto de día como de noche, y que han de sufrir siempre que se les oprima y censure?
Os aseguro que Dios no tardará en hacer Justicia Divina por los agravios hacia ellos cometidos.
Y ahora os pregunto yo:
Cuando regrese el hijo del hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la Tierra?







Y añadió por aquellos hombres que presumen de ser justos y que desprecian a los demás:

- Dos hombres subieron al tempo a orar.
Uno era fariseo, y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba en su interior de esta manera:

“¡Oh Dios!, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, así como tampoco soy como este publicano.
Yo ayuno, dos veces por semana, pago los diezmos de todo lo que poseo”.

El publicano, por el contrario, puesto allá lejos, ni aún los ojos osaba levantar al cielo, sino que se daba golpes en el pecho, diciendo:

“Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador”.

Os declaro que éste último volvió a su casa justificado, pero no el otro, porque todo aquel que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.






Y le trajeron, al Señor, algunos niños para que les impusiera las manos como bendición.

Ante lo cual, los discípulos que lo vieron, lo impedían con ásperas palabras, por considerar que era un capricho.

Más el Señor, llamando a los niños dijo a sus discípulos:

- ¡Dejad que los niños vengan a mí!, y no se lo prohibáis, porque yo os digo que de éstos es el Reino de los Cielos, el Reino de Dios.
Y verdaderamente os digo que quien no recibiera el Reino de Dios como un niño, con su sencillez, no entrará en él.






Un joven, sujeto de distinción por ser hijo de un adinerado, le preguntó:

- Buen Maestro, ¿qué podré hacer yo para alcanzar la vida eterna?

Y le respondió:

- ¿Por qué me llamas bueno, teniéndome por un hombre puro? Tienes que saber que nadie es bueno sino solo Dios.

Ya conoces los mandamientos:

1.       No matarás.
2.      No fornicarás.
3.      No hurtarás.
4.      No dirás falso testimonio.
5.      Honra a tu padre y a tu madre.

Entonces el joven le dijo:

- Sí, los conozco y desde mi juventud los he guardado y respetado.

Escuchándolo el Señor, le dijo:

- Todavía te falta una cosa para ser más perfecto. Vende todas tus pertenencias y dalas a los pobres, y de esta manera tendrás un “tesoro en el cielo”, y después de hacerlo, ven a mí y sígueme respetando la Palabra de Dios.

Al oír esto, el joven se entristeció, porque era sumamente rico.
Jesús, al percibir su sobrecogimiento de tristeza, dijo:

- ¡Oh, qué difícil es que los ricos entren en el  Reino de Dios!, porque en comparación es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico el entrar en el Reino de Dios.

Y alguno de los que le escuchaban dijo:

- ¿Pues quién podrá salvarse entonces?

A lo que Jesús, el Señor, respondió:

- Lo que es imposible a los hombres, a Dios es posible.

Entonces Pedro dijo:

- Maestro, bien puedes ver que nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido.

Y Él le contestó:

- En verdad os digo, que no hay ninguno que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o esposa, o hijos, por amor del Reino de Dios, y que sea digno de recibir en este siglo los bienes sólidos y celestiales, y en el venidero la Vida Eterna.






Después de esto tomó a parte, a los 12 apóstoles, y les dijo:

- Ya veis que subimos a Jerusalén, donde se cumplirán todas las cosas que fueron escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre, porque éste será entregado en manos de los gentiles, y será escarnecido, y azotado, y escupido, y, después de que le hubieran azotado, le darán muerte, y al tercer día resucitará.

Mas ellos, ninguna de estas cosas comprendieron en verdad, sino que éste lenguaje usado por el Señor, era para ellos desconocido, y ni entendían la significación de las palabras por Él dichas.





 Y al acercarse a Jericó, estaba un ciego sentado a la orilla del camino, pidiendo limosna.

En esto que, oyendo, el tropel de la gente que pasaba, preguntó:

- ¿Qué novedad ha ocurrido para que tanta gente vaya en tropel?

Entonces, alguno le dijo:

- Es Jesús de Nazaret que pasa de camino a Jerusalén.

Y al momento se puso a gritar:

- ¡Jesús, hijo de la génesis de David, ten piedad de mí!

Y algunos que iban delante le reprendían diciéndole que no gritara, y que callase.

Más él, levantó mucho más el grito:

- ¡Hijo de la génesis de David, ten piedad de mí!
Entonces, Jesús, que lo oyó se paró en medio de todos los que le rodeaban, y les mandó que le trajeran a quien gritaba de esa manera, y cuando ya le tuvo cerca, le preguntó diciéndole:

- ¿Qué quieres que haga?

Y el ciego le dijo:

- Señor, que yo tenga vista.

Y Jesús le dijo:

- Tenla, y se consciente de que ha sido tu fe la que te ha sanado.

Y en ese instante vio, y él siguió celebrando las grandezas de Dios. Y todo el pueblo, cuando vio esto, alabó a Dios, y a Su Altísimo Enviado.





Y prosiguiendo el camino llegaron a Jericó, y habiendo entrado ya dentro, atravesando la ciudad, he aquí que un hombre muy rico, llamado Zaqueo, principal entre los publicanos, hacía diligencias para conocer a Jesús de Nazaret en persona, más no pudiendo por causa del enorme gentío, y por ser él de muy pequeña estatura, se adelantó corriendo, y se subió a una higuera para poder verlo, puesto que sabía que pasaría por allí.

Una vez que Jesús hubo llegado al sitio, alzando los ojos le vio encaramado y mirándole le dijo:

- Zaqueo, baja después, ya que es conveniente que yo me hospede hoy en tu casa.

Y Zaqueo descendió a toda prisa recibiéndole lleno de gozo.

Todo el mundo murmuraba al ver esto, diciendo que se había ido a hospedar a la casa de un hombre de mala vida.

Más Zaqueo, una vez que estuvo en presencia del Señor, le dijo:

- Señor, desde ahora mismo yo doy la mitad de mis bienes a los que no tienen, y si he defraudado en algo a alguno, le restituiré cuatro veces más.

Jesús le respondió:

- Ciertamente que el día de hoy ha sido día de  salvación para esta morada, ya que también éste es hijo de la “raíz” de Abraham, porque sabed que el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que había casi perecido. 

Mientras escuchaban estas cosas los que estaban alrededor de ellos, añadió una parábola, atento a que se hallaba vecino a Jerusalén, y las gentes creían que después allí se había de manifestar el Reino de Dios.

Dijo esto:

- Un hombre de ilustre nacimiento se marchó a una región remota, muy lejana para recibir la Investidura del Reino, y de esta manera regresar con ella a los suyos.

Por este motivo convocó a diez de sus criados, y repartió en diez partes sus “riquezas”, diciéndoles:

“Haced con ellas de manera que fructifiquen”.

Es preciso que sepáis que los conciudadanos que eran naturales también de lugar de este ilustre hombre, lo aborrecían, y así cuando él se marchó, expulsaron tras de él a sus embajadores, diciéndoles: “No queremos a ése como rey nuestro”.

Más llegó el tiempo de su retorno, y habiendo  regresado habiendo recibido la Investidura del Reino, que tenía como equipaje todo el Conocimiento y Sabiduría de éste Reino, mandó pues llamar a los criados a quienes había dado sus “riquezas” para informarse de lo que había conseguido cada uno de ellos.

Vino pues, el primero, y dijo:

“Señor, la parte que me diste ha rendido diez veces más”.

Él le contestó.

“Bien hecho, buen embajador, ya que en esto poco has sido fiel, tendrás mando sobre diez ciudades”.

Llegó el segundo, y dijo:

“Señor, la parte que me diste ha rendido cinco veces más”.

E igualmente dijo a éste:

“Bien, tú tendrás también el gobierno de cinco  ciudades”.

Vino otro y le dijo:

“Señor, la parte que me diste, aquí la tienes. La he guardado con esmero, porque tuve miedo de ti, por cuanto que conozco que eres de naturaleza austera, y tomas de lo que no has depositado, si siegas de lo que no has sembrado”.

Y el amor le contestó:

“¡Oh mal embajador, mal siervo!, por tu propias palabras te condeno. Y ya que sabias bien que yo era de carácter duro y austero, que me llevo lo que no deposité, y siego lo que no he sembrado, ¿cómo no pusiste mi “riqueza” al menos en algún “banco”, para que yo al regresar lo recobrase con sus “ganancias?”.

Entonces el amo dijo a los que allí se hallaban:

“Quitadle la parte de “riqueza” que yo le cedí y dádsela al que más tiene”.

Y le replicaron diciéndole:

“Señor, este ya tiene diez partes”.

Y el a su vez les dijo:

“Escuchad, escuchad bien, yo os declaro que a todo aquel que tiene “riquezas” y las ofrece para rendir gloria a su amo, más han de dársele, y llegará a ser “rico de riquezas”, pero al que dándole “riquezas” no las aumenta, os digo que aún lo que tiene se le ha de quitar, y en relación a aquellos enemigos míos que no me han querido por rey, conducidlos y traedlos hasta aquí, pues en mi presencia la vida se les ha de quitar”.

Quien tenga oídos para escuchar, entiéndalo.

Nada más dejar de hablar el Señor, nadie osó abrir sus labios. El silencio era la única voz que reinaba.

Entonces, pasando entre medias de todos, prosiguió su viaje hacia Jerusalén, e iba delante de todos los que le seguían.


La Misión de Jesús en Jerusalém.


TERCERA PARTE
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